martes, 21 de diciembre de 2010

EL CENTINELA SECRETO

Víctor J. Rodríguez Calderón


Se acerca a los cráteres desollados de la luna, están desgreñados, son formas sombrías que resbalan, cumbres vacías, cicatrices, borrascas, tempestades, es como un espejo de agua, noche honda que cierra todas las puertas, una inercia preñada de futuras fuerzas, anhelos y deseos incompletos, señales que el vigilante secreto recibe en su mirada humana que lo hace mutante, explorador de terribles fronteras que rompen los meridianos y que abren el infinito.

Un viento perpetuo azul derriba los límites abruptos que la separan del planeta tierra. El centinela secreto se ve como si hubiese muerto, como si ya fuese un vulgar cadáver, allí todo duerme, el tiempo lo atenaza, constreñido a dejar pasar su vida sin poder retener lo vivido, se siente prisionero de aquella fugacidad, hace la cuenta de su vida y le parece nunca haber nacido, pero, observa que la luna seca, pálida, también quiere huir, ve fijamente sus ojos intensos azul plata cuando buscan la distancia de la noche oscura para iluminarla.

El centinela secreto tambalea entre la espesa noche oscura, difícil tantear tantos abismos que se exaltan y ablandan, da dos pasos hacia adelante, da dos pasos hacia atrás, la luna tose, son ecos de su alma, sus canciones ocultas.

¡Insólito!... ve un caballo rojo inmerso en la penumbra, trata de galopar, quiere salir de esa desdicha, incrementa al máximo la potencialidad de sus motores, busca claridad entre aquellas pálidas llamas blancas, sus patas sacuden las últimas consecuencias de su soledad, rompe el tiempo, pero su destino lo detiene, nada se puede hacer, quizás tenga que esperar la nueva transformación de la luna llena.

No tenia sensibilidad el centinela secreto de su ser que le exigía caminar, fue un instante dividido en la medida de un fin de mundo.

¡Ah Viajero! ¿Quién era? ¿Qué hacia allí?

El centinela secreto era un hombre con muchas vidas y por eso tenia que montar en aquel caballo rojo, vencer aquella niebla, romper el silencio y especialmente su propia muerte, desamarrando minutos, horas y oscuridades, tenía que convertirse en el pasajero de la vida clara, sin falsas identidades, ver parir las nubes, bañarse con sus aguas y cantar con sonidos de estrellas para que nunca mas fuese a la luna en esa forma deformada, es decir, sobre las costillas de sus propias pesadillas.

Así, el centinela secreto, olio sueños mucho más dulces, juró nunca jamás sollozar en sus caminos, pues anhelaba su andar, hacerlo ahora mucho mas firme.

Y dispuesto logró montar ese caballo rojo alzando el estandarte de la victoria, derrotando la muchedumbre de los muertos y no continuar siendo ya nunca más el hombre amarillento que duerme en el olvido, huyó del ayer para que nunca volviera ser hoy, el aún y el todavía.

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