sábado, 8 de noviembre de 2008

MANUELA LA MUJER (V)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

Así fue el retorno de Manuela a su amadísima patria, ya el general Sucre, enviado por Bolívar, se ocupa de tomar posesión de Riobamba, a trescientos kilómetros al sur de Quito. Va de batalla en batalla, para poder alcanzar la ciudad. Manuela lejos de detenerse hasta aguardar el resultado de los sucesos, deja a su padre en Guayaquil y se va al combate de frente con las tropas libertadoras. Por instinto y por tendencia conoce la vida del guerrillero, lo que le place por entero, y se entera de la forma de pensar de Bolívar, al que espera conocer pronto.

Al llegar a Quito, ocurrían grandes acontecimientos, la ciudad se preparaba para recibir triunfalmente al Libertador de Colombia. Sin duda que lo desconocido para esta mujer, era el nuevo horizonte que le esperaba, aunque ella se había declarado: libre, libérrima, en cuanto a moral, revolucionaria, belicista, tempestuosa, desprendida, generosa y su vida la había desenvuelto en un mundo de fantasías, su carácter lo definía muy bien y ella misma lo predicaba: “soy amiga de mis amigos y enemiga de mis enemigos”.
QUIEN LO IBA SIQUIERA A IMAGINAR, ALLÍ COMENZARIA PARA MANUELA LA MUJER, SU VERDADERO Y UNICO AMOR Y PARA EL LIBERTADOR DE COLOMBIA LA PASION Y EL ENCANTO MAS GRANDE DE SU VIDA.
El 16 de Junio, desde las primeras horas de la mañana, una grande multitud del pueblo y sus alrededores, se reunían en la plaza y a todo lo largo de la calles por donde iban a desfilar aquellos aguerridos hombres, se adornaron con banderas y los balcones con flores, las damas lucían sus mejores ajuares, lo que contribuía a enriquecer en emoción y colorido aquel gran homenaje popular.

A eso de las diez de la mañana, se encendió el bullicio y los gritos de: ¡ahí vienen! ¡ahí vienen! Acompañados de las músicas marciales de la banda de guerra, se acercaban a la plaza, y los sonidos de las campanas de los templos son echados a vuelo, fuegos artificiales estremecen al pueblo de felicidad, aquel cortejo triunfal era maravilloso, la tensión de todos aquellos ciudadanos explotaba como un gran cañón libertario, la expectativa general se hacia inefable.

El Libertador de Colombia entra a Quito seguido por sus oficiales, por el norte lo está esperando el General Sucre, también en compañía de varios de sus revolucionarios.

Bolívar monta un hermoso caballo blanco, tascaba nervioso e impaciente el freno, de tal forma que hombre y corcel se confundían con aquella ola de emoción gloriosa, 600 jinetes vienen detrás.

El Libertador vestía -describe el historiador Alfonso Rumazo González, en su tríptico Bolivariano- “uniforme de gala que brilla con el sol, uno de esos soles quemantes de junio en aquella región. A su paso por las calles empedradas, resuenan los cascos de los caballos, lluvias de flores, millones de aplausos y vivas, delirio, frenesí, son arrojados a los rostros de esos combatientes victoriosos con un fervor que nunca presenciaron esas calles ya casi tricentenarias”.

El cortejo se dirige hacía la plaza mayor, donde están situadas otras bandas, los toques de corneta y el ruido de las salvas de la victoria se confundían con el inmenso clamor de voces que gritaban: ¡Viva Bolívar! ¡Viva nuestro Libertador! Los aborígenes, con sus típicos y pintorescos trajes y sus largas mantas de lindos colores, elevaban aún mas sus esperanzas al vislumbrar en el calido fervor de este homenaje, un verdadero horizonte de libertad tras de tantos siglos de esclavitud. Tratan de romper los anillos de seguridad para acercarse a Bolívar, lo rodean y lo obligan a detenerse, lo tocan, lo saludan con respeto y con emoción casi religiosa.

Seguido por esa ola de pueblo, Bolívar logra llegar a la esquina diagonal del Palacio del Obispo, en uno de aquellos balcones está Manuela quien lo detalla totalmente, lo ve con el sombrero en la mano y saludando cortésmente, no le quita los ojos de encima, ella está allí en compañía de su madre, tíos y amigas, espera impaciente que el vencedor pase cerca de su balcón. En el preciso momento en que el Libertador esta bajo su dominio, Manuela le arroja una corona de laurel la cual cae sobre él, al levantar sus ojos chocan con los de la quiteña, con su maravillosa sonrisa y con sus brazos blanquísimos, finos, que parten de los hombros desnudos como dos llamaradas de amor, las sonrisas se cruzan acentuadamente. Bolívar clava en ella su mirada de fuego y con una gentil venia agradece el homenaje que ya nunca mas va a olvidar.

Cosas de la vida, fue un momento definitivo para la vida sentimental de ambos, con esas miradas cruzadas, se iniciaba un amor y una pasión histórica e inmortal, el cielo de Quito les cubría sus almas y los iluminaba porque a partir de allí vivirían para amarse en un para siempre.

Para Manuela, este fue su momento decisivo, el que cambiaria por completo su existencia. Después de tanta espera y búsqueda de amores inútiles, encontraba al hombre, esos minutos para ella fueron siglos, sintió el dominio hondo de la nueva emoción, ella lo había anhelado íntimamente desde hacía tanto tiempo, que ahora el destino le daba la voluptuosidad de ese sentimiento, del poder y de la gloria.

(Continuará…)

domingo, 2 de noviembre de 2008

MANUELA LA MUJER (IV)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón


Pero Lima, no resultó lo que Manuela se había imaginado, allí se encontró con enormes dificultades a vencer si deseaba obtener por lo menos una situación algo parecida a la que disfrutaba en Quito, Lima era una ciudad cosmopolita y la llegada del doctor Thorne y su lindísima esposa no paso de ser un incidente sin importancia alguna, lo que le pegó duramente a Manuela, aquella sociedad aristocrática y poderosa no demoró en hacer sentir rudamente la presencia de las barreras nada fáciles de franquear. Pero Manuela era invencible, para fortuna suya, esta lucha desproporcionada contra esa nefasta sociedad que no se dignaba tomarla en cuenta, halló en los acontecimientos históricos de la época una salida inesperada, destinada a darle esa importancia tan grata que tanto necesitaba su temperamento.

No había pasado mucho tiempo de su instalación en Lima, cuando los sucesos y las noticias de los progresos del movimiento revolucionario en el Sur, que según se decía, aspiraba a llevar a sus fuerzas al propio virreinato peruano, estimularon las esperanzas de los ambientes subversivos imperantes en la ciudad, las casas de los descontentos –ricos y pobres- se convirtieron en centros operativos revolucionarios, cuyo carácter se disimulaba con las apariencias de inocentes reuniones sociales.

Invitada inicialmente a estas reuniones por Rosita Campuzano, una de la mujeres mas activas de la conspiración, Manuela de simple espectadora, pasaba a trabajar de lleno en una de las mas peligrosas empresas, como era el movimiento emancipador de América y lo hizo con enorme facilidad, por su actividad, sus encantadores atractivos y por su odio contra el estado de cosas que se aspiraba a derrocar. Esto la llevo a ser una de los principales personajes del submundo revolucionario de Lima.

Su residencia se convirtió, para desesperación y oposición de su tranquilo y temeroso doctor Thorne, en un centro de reuniones, donde asistían aquellas gentes esperanzadas en los progresos de la revuelta.

Empezaba una nueva vida con la cual Manuela se identificaba perfectamente, ella la llenaba y la matizaba de excitantes alegrías y se apasionaba por el peligro que corría, esto podríamos asegurarlo, llenó el alma ardiente de Manuela, pues en el curso de sus cambiantes peripecias estratégicas descubrió una nueva fase de su personalidad, la cual la empujaba imperiosamente a la política, a las intrigas, a gozar con los encantos y peligros del poder.

Por los correos que allí la visitaban, se enteró con entusiasmo, sobre el desembarco efectuado en las costas de Pisco, donde San Martín probablemente se entrevistaría con el Libertador Simón Bolívar. Suceso que a pesar de la activa vigilancia enemiga española, aumentó la audacia de los descontentos.

Algo de lo que no ponemos en duda, es de las conversaciones íntimas entre Rosita Campuzano y Manuela Sáenz, el significado de la emancipación, por ambas deseada, al inicio se materializaban en divagaciones profundamente femeninas sobre el héroe que la dirigía, pues para ambas era desconocido, pero las historias que se contaban sobrepasaban lo epopéyico, ese hombre por el que ambas esperaban, no era otro, que el Generalísimo argentino San Martín.

Cuando estas fuerzas revolucionarias se acercaban a la entrada de Lima, ellas temblaban de felicidad y una vaga expectación, un anhelo confuso, pero poderoso, se les incrusto en el alma, al ver al frente de los ejércitos del Plata a un personaje soñado, capaz de entusiasmarlas no solamente como militantes de la causa americana, sino también como mujeres.

Esta sensación de anhelo era particularmente muy notoria en Manuela, que en el fondo de su espíritu y gracias a las complejas circunstancias de su existencia, había sentido acentuarse en su vida intima una contradicción, cada vez más dolorosa e insoluble, entre aquellas fuerzas de su personalidad que la hacían aborrecer las posiciones susceptibles de condenarla a una vida mediocre a la vida de algo o de alguien, como fue la historia de su madre. Pero, ella en su interior se sentía poderosa, sabia como dominar su naturaleza femenina, la cual traducía en añoranzas de la cálida felicidad experimentada en los tiempos de su primer amor.

Si observamos bien el análisis psicológico de la personalidad de esta mujer, podemos asegurar que ella fundía en una enorme pasión, los sentidos del alma, las delicias del amor y la voluptuosidad del poder, tal era la inspiración de su profundo e inconsciente anhelo, que lo mismo no podía mirar indiferente la proximidad del jefe revolucionario, cuyo nombre era como un reguero de pólvora gloriosa y de libertad desde las riberas del Plata hasta las márgenes del Rimac.
Pero, todo ese sueño, se le convertiría en la más amarga de sus desilusiones. El generalísimo que había imaginado, el conductor de la emancipación del Sur, le resultó ser un militar egocéntrico y puritano, su opaca entrada a aquella ciudad, su falsa modestia que anunciaba su timidez, su rigidez y ese acentuado desprecio por las multitudes que lo aclamaban, lo hacían mas bien como hijo del racismo hacia el propio pueblo, él era un hombre que mantenía una tendencia a resolverlo todo en conciliábulos secretos y su apego a la orden conservadora de las clases americanas, producto de su resistencia a afrontar con sentido creador una autentica causa revolucionaria.

Para Manuela, desde ese primer momento, se le elevo a la máxima potencia, una pésima impresión, más, al enterarse que este generalísimo se proponía montar un trono español en América. Indudablemente se habían equivocado, aquel no era el hombre que estaban esperando con secreto entusiasmo. Manuela, con su rapidez, su intuición de mujer realizó rápidamente su juicio, presintió con tristeza las horas difíciles que le aguardaban a la causa verdadera de la revolución.

A pesar de los honores que recibió, inclusive, de manos del propio San Martín, con la cruz de las Cabelleresas del sol, como reconocimiento a sus servicios a la causa rebelde y a la insistencia de la misma Rosita Campuzano. Manuela tomo decisión de regresarse a su ciudad natal Quito con su padre, quien temeroso, (pero con buenas ganancias) de las represalias decretadas por los ministros del Protector del Perú contra los españoles, le anuncio a su hija el propósito de retornar al lado de su familia, a lo cual ella se incluyo de inmediato.

(Continuará…)


MANUELA LA MUJER (III)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

Pero este amor, también iba a correr el mismo riesgo que el de su madre, no duró mucho tiempo y el joven capitán la abandonó, dejándola en un estado deteriorado moralmente, ella se sintió burlada por otro miembro de esa raza dominadora que solía fácilmente en America hacer lo que le daba en gana, sobre todo con las mujeres criollas, pues estos señores se habían acostumbrado a mancillar la honra y la dignidad de ellas. Manuela se quedo con sus ilusiones, fantasías y con la burla del maltrato sentimental. En un principio sufrió y lloró mucho, y en busca de consuelo regresó a su casa, donde su madre la recibió con la mayor ternura inspirada por la triste remembranza de su juventud.
A su lado la pena se fue calmando, olvidando su transitorio sueño de felicidad que le había dejado aquella intensa y pasajera voluptuosidad idílica, que a momentos se negaba a morir y volvía a renovarse en un indomable deseo de emociones sensibles.

Todas estas sensibilidades que atacan a Manuela, la hacen reflexionar y ahí es cuando ella toma decisiones de transformar radicalmente su vida, poco a poco empieza a ser otra mujer, dominante, deseosa de gozar, aunque sus goces causen sufrimientos a otros. Se traza un propósito firme que guía todas sus acciones y configura todos sus actos, eso si, por ningún motivo correrá la suerte de su madre, ella se dispone salir del olvido y el entredicho social a que la ha condenado su pecado. Necesita imponerse por encima de todos y todas aquellas que la miran de reojo y pretenden aprovecharse de su caída. Llego la hora de buscarse una situación socialmente aceptable, que la cubra de todo reproche. Su mente comienza a obsesionarse y encuentra como solución el matrimonio, pues vive en ella el temor de sufrir una derrota en momentos tan decisivos de su vida.

Resulta muy difícil en la investigación histórica, a menos que se invente, saber si su casual encuentro con el médico inglés Jaime Thorne, hombre ya en toda la mitad de la etapa de la vida, de gran reputación social y profesional, despertó de verdad en ella la idea del matrimonio o si la convicción de su necesidad la llevó a acercarse a este hombre tranquilo, rutinario en sus costumbres y falto de atractivos humanos que parecían indispensables en una naturaleza como la suya; en todo caso, lo que si está fuera de toda duda es que en la aproximación de estos dos seres tan diferentes, el amor compartido no jugó papel alguno. La ardiente y tardía pasión que en el hombre maduro despertó la atractiva juventud de Manuela, sólo encontró en ella ese asentamiento sin espontaneidad, muy propio de la mujer cuando toma soluciones que comprometen su vida sentimental sin comprometer sus sentimientos.

A mediados de 1817 se celebra la ceremonia nupcial de esto dos seres, Manuela ordenó tres días de fiestas. Fue evidente desde ese primer momento que el deseo de la desposada no tenia ninguna prisa por comenzar su intimidad con su serio marido, las fiestas se celebraron en la casa de su madre, pero el baile del cortejo en la residencia de don Simón, en la hacienda de Catahuango.

Desde aquellos sitios Manuela se hizo acompañar de muchos de los compañeros, con los cuales disfruto de tres días de regocijo, donde se le pudo observar mas preocupada por bailar locamente que de buscar la compañía del doctor Thorne, quien además de sus prejuicios contra el baile, tampoco tenia disposición para el mismo.

Lo que si fue cierto es que su matrimonio le sirvió para iniciar una agitada existencia social, lo que psicológicamente, entre cuyas pequeñas alegrías le ayudo a olvidarse del vacío de su vida interior. Su casa la convirtió en uno de los centros principales de la sociedad de la ciudad y ante el excesivo lujo de su existencia fastuosa, Manuela de Thorne vio como se caían las barreras de censura que se habían levantado y pretendido conservar contra ella.

A salvo de los desaires, por su ventajoso enlace, alcanzó la cumbre del éxito con la satisfacción orgullosa de obligar a una sociedad a perdonarle a regañadientes sus audacias o a callarse sus reproches.

Sin duda, Manuela tenía demasiada impetuosidad en el alma para que estos éxitos transitorios pudieran satisfacerla permanentemente. El abismo de su vida sentimental que con el correr de los días se hacía presente y al lado de un hombre del cual todo la distanciaba, no demoro en revivir en ella los recuerdos callados de su fugaz aventura de amor, nuevamente apareció el joven y apuesto capitán español, al que encontraba casi en todas la fiestas y al que nuevamente le fue reiniciando sus preferencias sentimentales.

Estos amores no pasaron mucho tiempo oculto para el doctor Thorne, quien los monitoreaba desde su inicio. Cuando estuvo absolutamente seguro de lo que estaba aconteciendo, con su típica frialdad, arreglo sus asuntos en Quito y so pretexto de importantes negocios, notificó a su mujer que debían mudarse de inmediato hacia Lima a la mayor brevedad. El problema era que ella le pusiese resistencia o pretexto, pero la verdad es que el sorprendido fue él, la actitud de Manuela no tuvo ninguna vacilación y le expresó sus deseos de emprender de inmediato ese viaje. Ella sabia que la ciudad de los virreyes, sólo atractivos podía ofrecerle, y nada ni nadie la iba a retener en Quito, no podía menos interesarse por las obvias posibilidades de un ambiente como el de la ciudad de Lima, más prometedor, por todos los conceptos, para servir de escenario a la gran personalidad de esa hermosa mujer.

(Continuará…)

MANUELA LA MUJER (II)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón



En 1809 Quito lanza su grito de libertad, estalla el primer movimiento revolucionario. Doña María Aizpurú, no duda, da todo su apoyo a los rebeldes y junto a su hija Manuela vio impasible desfilar hacia las cárceles, a centenares de españoles, entre quienes se encontraba su amante, el señor Sáenz. Los conflictos la han convertido en una mujer fría, donde se confundían entrañablemente sus resentimientos de mujer con su vanidad ofendida de americana; raza y desamor, esto le había inyectado una actitud implacable, lo cual Manuela no olvidaría nunca más.

Pero, esta primera acción de los rebeldes dura poco tiempo, la reacción española no tardó en mostrar su fortaleza y el movimiento emancipador fue ahogado en sangre. Doña María pierde las esperanzas, pero Manuela empieza a formar su conciencia política cuando ve los horrores de esa terrible guerra.

En calles y campos se exponían macabramente las cabezas y los miembros sangrientos de los jefes de la revuelta.

Tales acciones causaron profunda preocupación en Doña María, quien sin pensarlo dos veces, decidió evitar este cruel espectáculo a Manuela y se trasladaron a su hacienda, no muy lejos de la capital y allí procuro dedicarse a la educación de su hija, quien cada vez mas se hacia dueña de su voluntad y de su corazón.

Iniciándose el año de 1814, la causa revolucionaria atravesaba su más difícil época, se anunciaba la proximidad del “pacificador” Morillo y con ello se extinguían las últimas esperanzas patrióticas. Esta situación preocupó mucho a doña María, ya le era muy difícil controlar el carácter de su hija Manuela, quien ya sabía manejarse con entera audacia y se convertía en una mujer hábil manejando su coquetería. Decidió entonces internarla en el convento de Santa Catalina, donde además completaría su educación. Pero argumentos históricos de historiadores de la época, sostienen que eso influyo por las preferencias que notó en Manuela, por el apuesto oficial de Húsares, Fausto D`Elhuyar, español como su amante don Manuel Sáenz, y ella por ningún motivo aceptaría, que su Manuela fuese atravesar por esas infernales vicisitudes que tan dolorosos recuerdos mantenía en vivo, eso le dio valor para separarse de su hija, pues por nada en el mundo deseaba que el brillo y aureola de poderío que rodeaba a los dominadores de la nueva revolución arrastrara a su hija, como le acaeció a ella, en esa aventura sin porvenir.

Pero, el joven capitán estaba muy enamorado y demasiado interesado por aquella lindísima mujer, para que su encierro en aquel convento lo obligara a renunciar a ese amor compartido ya por los dos. Por ese amor se las ingenio y logro mantener una comunicación constante con ella, cuestión que no le fue muy difícil por su raza y por su rango, mensajes apasionados iban y venían enviados con las porteras y los días de visita por las esclavas Jonatás y Nathan, D`Elhuyar trabajó rodeándola de una asiduidad tierna y constante que se adentró muy hondo en el corazón de Manuela, cada vez menos dueña de sí ante esta tentación que invadía sus sentimientos con el irresistible enervamiento de su primer amor. Ambiciones sociales, anhelos que la llevaban desde su infancia a desear el brillo, el triunfo social, todo se fundió en el fuego impaciente de esta pasión, donde se comprometía emocionada y completamente su ardiente juventud.

Las consecuencias de estos sentimientos encontrados trajo la ansiedad y un día Manuela Sáenz abandonó secretamente el claustro de Santa Catalina y sin pensar en el escándalo que iba a estallar huyo con su oficial enamorado. Doña María al enterarse entró en una profunda crisis de angustia, desesperada, vio repetirse su dolorosa historia en su hija.

Para Manuela, poco o nada pesaban entonces estas consideraciones, ella solo sentía la embriaguez que por esa primerísima felicidad que le concedía el destino, a la cual se entregaba en cuerpo y alma a su amante y seductor, Manuela descendió, con la emoción de lo desconocido en el alma, hasta esos abismos del deleite humano que un vez tocados nos impulsan a sumirnos completamente en su indefinible y maravillosa profundidad

(Continuará…)

MANUELA LA MUJER (I)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

En pleno tiempo de victorias, las tropas patriotas entran a Pasto, Colombia, por los intrincados caminos que comunican la altiplanicie quiteña con la ciudad de los virreyes. Casualidades históricas, dentro de la población civil que acompaña a estos aguerridos soldados, se encuentra un anciano, su hija y sus criados, llevan varias mulas cargadas con todos sus equipajes y se dirigen para estacionarse definitivamente en la ciudad de Quito.
Se trata de don Simón Sáenz, acaudalado comerciante español, quien regresaba a su residencia principal, de la capital del virreinato peruano, donde había realizado jugosos negocios con su lote de mercancías.Don Simón, al preparar su viaje para salir de Lima, le fue imposible desprenderse de su hija, quien vivía allí, pues ella se empeño en acompañarle a Quito para visitar a su madre y la vez alejarse de la extremada vigilancia en que la mantenía su marido, el médico inglés Jaime Thorne, vigilancia que se ocultaba dentro de un íntimo drama de desamor conyugal que, en verdad, ella hacía muy poco por disimular.

Montada como toda una amazona sobre un inquieto caballo alazán, conversa alegremente con su padre, era imponente, dominadora, persuasiva y presentaba marcado contraste con la inquietante femineidad que fluía avasalladora en su gracia, su belleza espléndida y su alegría vital se confundían con los paisajes que se avistaban desde aquellos difíciles caminos. Sobre su cutis blanco se regaba el sol y lo sonrosaba y eso le hacia más hermoso el marco negro de su cabellera, resaltaban exaltantes, móviles, sus grandes ojos negros azabaches y sus labios de subido color natural, dibujados como para sugerir la íntima fuerza emocional, su cuerpo agilísimo, se movía felinamente y todo en él parecía rebelarse contra las severas líneas de su traje ajustado, que no lograban ocultar el sugestivo encanto corporal de esta mujer, a la cual sin saberlo le esperaba una historia que la inmortalizaría en el mundo.

Ella presentía que algo mucho mas difícil, de lo que ya le había tocado en su destino, se aproximaba pero a su vez mantenía un confiado optimismo en ese futuro, pues su desgracia en falta de sólidos vínculos sentimentales con ese pasado que pretendía dejar atrás, quería solo catapultarlo en amargos recuerdos y de allí que ella misma se anunciaba un embriagado y nuevo porvenir, eran cosas nuevas, ella lo sabia, su alma misteriosa iluminaba con amables colores todo su nuevo horizonte existencial. Para comprender a Manuela como mujer excepcional, el destino la colocará muy alto y en complejas circunstancias sobre todo lo que le toco vivir en nuestra guerra de emancipación americana, por eso vamos a iniciar desde el comienzo su propia historia.

Corría el año de 1790, tiempos muy convulsionados, América despertaba y muchos españoles andaban en busca de fortuna, entre ellos don Simón Sáenz, a quien hasta ese momento ésta no le había sonreído en el virreinato de Nueva Granada, es así, como decide marcharse hacia Quito con su esposa, doña Juana María Campo Larrahondo y Valencia. Allí en aquella ciudad, este ciudadano, se convirtió en un hombre muy activo, sagaz y hábil para los negocios, se doto de ambiciones y de una personalidad muy elevada, además de poseer un físico atractivo, condiciones que le ayudaron y muy pronto no demoró en construir una sólida posición.

De su matrimonio nacieron cuatro hijos: Pedro, José, Ignacio y Eulalia. Don Simón mantenía magnificas relaciones políticas con las autoridades de Quito y ello contribuía a que escalara aún las más altas posiciones hasta dentro del gobierno, todo era un éxito total y gozaba del más absoluto respeto de todos.

Pero por cosas del destino, que muchas veces no están dentro de la vida, este hombre consagrado a la ambición de la riqueza, se encontró con una inesperada aventura sentimental, una quiteña, criolla de pura cepa, doña María Aizpurú, él pensando en tramar un simple romance aventurero, descubrió que sus sentimientos por esta mujer iban mas allá de lo que se había imaginado, tanto, que ella, llego de renunciar a su propia vida, su posición y su honra, esto le ocurría a don Simón, antes de nacer su hija Eulalia, a partir de ese momento se sometió vivir en la sombra de ese amor oculto y se obligó a repartir sus cuidados entre su hogar y su dulce doña María, quien por amor se contentaba con la felicidad de aquellas caricias secretas.

De estos amores nació una niña, el 25 de Septiembre de 1797 y fue bautizada con el nombre de Manuela, su infancia la pasó a la sombra de un hogar signado por el racismo clasista, pues su padre las visitaba casi furtivamente y doña María moría de felicidad solo en las horas fugases de esa visita, sin importarle el futuro familiar de su hija. Pero estas incertidumbres ahondaron en mil problemas esta pasión secreta e hicieron muy estrechos los vínculos sentimentales entre madre e hija.

Manuela, se levantó en aquella casa solitaria, donde hacía su mundo, del cual construía su reinado, acostumbrándose a ser obedecida en sus menores caprichos. Su carácter se esculpía voluntarioso y sus primeras nociones del mundo se impregnaban de cierto optimismo, que la llevaba a aceptar con dificultad cualquier demora en el acatamiento de sus deseos.

Pasaban así, los años de su infancia y es de resaltar que además de su madre doña María, sólo encuentra como compañía, a dos mujeres negras, esclavas, llamadas Jonatás y Nathan, tan allegadas que por siempre estuvieron a su lado y fueron ellas las encargadas prácticamente las de despertar su vida instintiva y construir el peligroso y enervante estímulo para los sentires de su alma. Manuela era demasiado apasionada, pero esas pasiones, no llegaban al conocimiento de su objetivo tranquilo y gradualmente, sino con cierta brusquedad acompañada de cierto deleite. El encanto ácido de placeres desconocidos, presentidos a través de las conversaciones y los ejemplos de sus dos compañeras de juego, pone en marcha en esta naturaleza una inquietante sed de embriágueses sensibles, que habrá de conducirla tempranamente al amor con atormentada alegría.

El tiempo no se detenía, Manuela se enrumbaba hacia nuevos horizontes desconocidos y a la vez se hacían mucho más débiles los lazos que la unían a sus padres. Estos opacaban sus sentimientos y aquel amor desaparecía así como había llegado, los dos se distanciaban y crecían las diferencias hasta convenir en una separación. Manuela, observaba que uno de los grandes problemas entre ellos y que apresuraba aquella ruptura era el las clases hostiles que mantenían criollos y españoles. Esa difícil situación hizo que Doña María tomara decisiones y buscará a toda costa la defensa de su hija bastarda, hija de su postrer desamor. Era la injusticia social del momento que la obligaba a aquel cambio de condiciones, capaz de modificar todo un estado de sentimientos, de cosas y costumbres dentro de la cual ella se había condenada a la cadena de la oscuridad.

(Continuará…)

Desesperación































Por: Víctor J. Rodríguez Calderón
Cuando volví a buscar tu miraba, ya tus ojos suplicantes estaban cerrados y solo se fijaban en su propio sueño. Me detuve con la intención de desamarrarlos, pero todo fue en vano, ellos obedecían a la fuerza del descanso.
-Pensé- los debo dejar en completa calma.
Me retire intranquilo y busque en toda la casa la necesidad que tenemos las personas para encontrar un sitio donde pudiese estar tranquilo, me pareció una conducta acertada. Quise evitar ese agobio, una densa humareda se condensaron sobre las palmeras de la casa creando una atmósfera irreal que se confundían con los problemas que me atormentaban mentalmente, no podía ocultar las ruinas de mis pensamientos incendiados, llego un momento en que no vi nada, vacile y quise llenarme de fuerza y como volver a retomar la delantera, pero, vencido no pude resistir y regrese nuevamente de donde trataba no sucumbir.
Ni siquiera mi conciencia se resistía a hacerse cargo de lo que me está pasando. No tenía a donde ir, sonaron las tres de la mañana. Solo el ruido que producía los lazos de mi hamaca que se mecía muy suavemente me mantenía aliviado.
¡Dios mío! ¡Dios mío! Pensé ocultando la cabeza entre la hamaca, pero, para que nombrarlo, si ya yo había peleado con él, estaba cansado de que no me oyera.
-Yo te ruego… yo no puedo seguir así; yo necesito que tu me escuches, pues prefiero antes de consentir esta derrota, esta situación, está ruina, morir, no quiero saber mas. ¡Ah! Señor, lo que pasa es que tu no sabes que yo tengo la misma enfermedad de esta sociedad.
En eso escuche la voz de aquellos ojos que me dijeron:
-Pero mi ¡Dios!, que pálido estas. Eso no está bueno así. Sálgase de esa hamaca, ya viene Diciembre y todo va a cambiar, acaso estos hijos suyos no le han dicho lo tanto que lo quieren y lo necesitan.
-No, y porque la tardanza en darme tan buena noticia, eso no se lo perdonaré.
-Tengo muchas cosas buenas para ti, interrumpió como otra voz, creo que era como la de un espíritu, le tenemos un nuevo destino… y ¡desperté!