jueves, 30 de octubre de 2008

El barco de mi vida


El barco de mi vida se abre paso en el inmenso mar y a cada costado su proa desgarra la tremenda fuerza del agua que la ataca, entonces me siento como el capitán que vence lo imposible, ¡hasta la muerte!

Los bárbaros relámpagos alumbran mi rostro y la lluvia azota con ira mi cuerpo, me salen alas blancas para emprender el vuelo, pero a la vez siento rebeldía para hacerlo.

Giro con la nave de mi vida en torno a mi destino y me aferro con valentía a la gran travesía, el horizonte me llama, no puedo perder mi condición de capitán marino desconocido.

Me atacan los enigmas, pero con ellos también lucho y con proeza los llevo a las realidades y aunque parezca raro y nadie pueda explicármelo, yo vivo y continuo hacia delante con las señales de ese mismo desatado viento, porque esa es la voz de Dios que seguramente me guía, me impregna y me eleva como un huracán tan escondido y recatado que nadie lo ve ni lo siente.

Es la leyenda de mi barco frente a la vida enfurecida. Son mis sesenta y seis años que respetablemente viajan a la inmortalidad, pero ahora con más vigor y vida.

Víctor.

miércoles, 15 de octubre de 2008

VIENTO SOBRE EL SUEÑO NEGRO DE MI VIDA


Paginas queridas, letras amadas!, mis ojos han vuelto a llorar sobre ustedes. Son las altas horas de la noche y me ha sorprendido el rincón de mi memoria que no me permite que viva en silencio.

Entonces inclino mi rostro y pluma en mano escribo para trazar los renglones que ya nunca mas me dejaran llorar.

Son palabras enmarañadas sobre los escombros de mi pensamiento quizás ya ennegrecidas por soles y lluvias, por noches y días. ¡Por tanto tiempo!

No todas las personas que me aguardaban, me estaban esperando. No descubrí entre ellas ni a mis hijos, ni a mi esposa, ni tampoco amigo alguno.

Algunos metros antes de llegar a la puerta de la casa, se me atravesó una jovencita, me hizo señas para que no llegara, ella se paro como una columna, tenia su cabellera suelta y su pelo negro azabache, negreaba sobre la muselina de su vestido de reina rojo, me invito a conversar y su voz era un viento verde.

-¿No ves que vine a buscarte?

La mire sin contestarle, la luz de sus ojos se acobardaron ante la fuerza de los míos y entonces vi como la suave palidez de su rostro se enardecía.

Viendo que no me movía, me interrogó:

-¿Eres sordo?

Persuadido que no debía arriesgarme a responderle, apreté los labios.

Los otros se inquietaron y le gritaron a la jovencita:

-¿Por qué se demoran tanto?

Ella les respondió:
- Es que piensa muchas cosas y no dice nada.

- Seguro que entró en pánico y está lleno de miedo.- le gritaron todos a coro.

¿Miedo?... –quedo pensativa, reaccionó y les dijo- Lo que pasa es que se hace cargo de lo que le está pasando, sin perder el valor que el caso requiere.

-Entonces dejémoslo tranquilo- respondieron otra vez a una sola voz.

Desperté de súbito, recorrí aquella sala que todavía mantenía el olor de la muerte y a mi lado estaba mi esposa,-quien con cariño me interrogó-

- ¿Cómo te sientes amor?

Balbuceando y con angustia le pregunte: - ¿qué me paso?

Incomoda y fijando sus ojos con ternura en mí, me respondió:

-Tienes que ser valiente. Has sufrido un ACV.

No hubo mas peguntas.


martes, 14 de octubre de 2008

VUELA TÚ, ENTRISTECIDA ALMA MIA.

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

Dentro del sonido de la brisa
vino el ayer y el hoy.
Recorrí todo el pasado,
atrapado en un callejón sin salida,
sentí todo el miedo.
Vi a Dios sin parecido,
fue una pasión en movimiento
que tenía furia y bandera,
era el amor sin un tiempo
y yo le pedí que no me diera
la pena de su olvido.
………………………………

Tuvo un color mi drama,
habían torres de sangre abiertas,
fue en azul que vi todo:
Horizontes sin raíces,
todas las ciudades muertas
y de ellas colgaban lenguas de vientos
también azules en la distancia.
Charcos de sangre rojo,
siniestro olor a pólvora negra luciferina.
Demonios oscuros en azul amarillento
se quemaban en llamas anaranjadas.
Luego apareció Juan Pablo II
vestido todo de blanco, traía
una linda procesión y atrás venia
un ángel con la trompeta plateada
tocando la victoria de la salvación.
…………………………………………..

Cuando uno siente que el tiempo se le va estrechando, es cuando queremos levantar el mundo. Siempre he vivido en una presencia fugaz, escapándome a todo lo posible. Ahora cuando quiero levantar mis ruinas, lo pesado es el laberinto de mi memoria cansada.
Comprendí que la vida son dos tiempos. Una es vida y otra es muerte. En la primera uno es pasajero y en la segunda es eterno.

lunes, 13 de octubre de 2008

LO QUE HACE FALTA AHÍ, TU LO SABES

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón


Estoy cautivo
y viajo como el viento.
Tengo mis oscuros demonios
que de rodillas
Se hacen celestiales.
………………………………..
Nada se del poema,
pero él es como una estatua
en mi sueño.
¡Inusitado y maravilloso!
Siento mi ilusión de poeta.
Ahora tengo la locura
que en aquel tiempo le temía.

…………………………………
El amor se levantó de la mesa,
se acercó a mí para decirme:
tu y yo tenemos que hablar,
Ven acompáñame a la habitación.
………………………………….
¡Al fin! mis letras se decidieron
elevarse entre el delirio y la locura.
Ahora todos sabrán mis secretos
y yo me complaceré en mi
inocente felicidad.
………………………………….
Todos me miran despierto,
yo me veo soñando por eso
vivo dentro de un camino silencioso.
………………………………………
Esto me pasó una tarde que llegue obstinado,
sentí cantos y finas voces, eran tiernos y sencillos,
me senté en la mesa y puse a bailar mis letras.
…………………………………………………….
Agotado vivo, inflexible muero.
Yo la vi cuando apresuradamente
me dejaba libre.

domingo, 12 de octubre de 2008

12 DE OCTUBRE.....Y VINO UN VIENTO DE FIN DE MUNDO

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

12 DE OCTUBRE.....  
Y VINO UN VIENTO DE FIN DE MUNDO


Con los invasores llegó la importación principal: La pobreza, la miseria, el dios armado. Nos llegó el derramamiento de la sangre india sobre la tierra llamada América. Nos llegó el sufrir, las lágrimas y lo más vil, pestilente y odioso: LA ESCLAVITUD.
Somos los desordenados de la historia porque nos levantamos contra cualquier dominación. Sufrimos la amarga censura de la conducta, de las costumbres, de las propensiones y aún de los alcances intelectuales por parte de aquellos que están fuera y desconocen o lo olvidan involuntariamente de cómo fue construido nuestro antiguo estado de barbarie. Fue la época en que vino un viento que nos llegó abocinando su garganta para cercar hostilmente a nuestros hombres y a nuestra tierra.
Para muchos historiadores, escritores, son temas frecuentes y en muchos libros de política, llenos de todo un espíritu crítico se nos censura la falta de madurez histórica resultantes de la transición operada en Latinoamérica, al pasar del régimen conquistador al colonial y luego al Republicano, sin tener supuestamente el conocimiento social necesario para que la transformación se hubiese producido armónicamente.
Creo que esa es la historia de los ojos cerrados. Para escribir historia no solo basta investigarla, es una necesidad sentirla, vivirla, para poder interpretarla, es necesario abrir los ojos para entrar en su escenario y analizar los acontecimientos reales, tal y como se desarrollaron.
Cuando los españoles pisaron nuestras tierras, se encontraron con diversas poblaciones que estaban en pleno proceso de desarrollo en cuanto a su propia cultura. Nuestras tierras vírgenes, eran ricas en minerales, sobre todo en oro y plata tan codiciados por aquellos que llegaban. Los pobladores de esta tierra se mantenían principalmente de la caza y la pesca, su producción agrícola totalmente rudimentaria era prácticamente de subsistencia, cultivaban el maíz, la papa, el boniato, calabaza y la yuca con la cual producían el casabe, el cual ingerían como una especie de pan. El tabaco fue una de las especies vegetales más impresionantes para aquellos que pisaron estas tierras.
Nuestros indígenas mantenían una conciencia colectiva. Su producción se distribuía de acuerdo a las necesidades de cada quién, la tierra era de todos y su única ambición era la de trabajarla. La mujer desempeñaba labores agrícolas junto al hombre y cuando éstos marchaban a sitios fuera de su jurisdicción para cazar y pescar. Ellas quedaban responsabilizadas del hogar. Imperaban relaciones de igualdad y ya existía una vigilancia para la seguridad social. En esta cultura se fomentó también los estamentos de clase. Los caciques eran los jefes de tribus. Los curanderos, los médicos y sacerdotes, pero estos actuaban en nombre de la comunidad y la misma le otorgaba privilegios los cuales gozaban como derechos especiales.
Un sentido comercial humano era el que realizaban nuestros indios entre sus comunidades, los excedentes de la producción eran intercambiados mediante trueque de productos.


EL MUNDO IMAGINARIO

Un nuevo poder convertido en amos y señores pisaba nuestra tierra para su desgracia. Nuestros indígenas vivían una libertad pura y una igualdad humana, por lo tanto aquello de: "indios salvajes" no se lo pueden tragar sino los ignorantes y rebuscadores de historia colonial. Era mentira que para salvarlos se necesitara cambiar su forma, su conducta, y sus creencias. La conquista traía claramente otros objetivos entre estos el principal: EL ECONÓMICO.
Para este momento España vive su peor crisis, es la más pobre de toda Europa, a pesar de haber salido vencedora en la guerra contra los moros, los cuales la habían ocupado por siete siglos. Isabel y Fernando, los reyes católicos, sostenían contradicciones con la nobleza y los señores feudales. Una burguesía nueva surgía la cual se enriquecía con el comercio y mantenía estrecha relación con los monarcas. Conquistada Granada, el gigantesco aparato militar creado para la guerra quedaba fuera y demandaba del trono nuevas acciones importantes, la necesidad de nuevos mercados para expandir su comercio, la capitulación de Santa Fé, firmada por los Reyes Católicos y Cristóbal Colón, en las que se establecían los títulos y riquezas que obtendría el futuro conquistador, fue para la historia, la demostración clara del carácter enteramente mercantil que se abalanzó para expropiar y explotar a nuestra comunidad primitiva, la que se preparó para una lucha bárbara y desigual. Así emergió el enemigo implacable: LA PROPIEDAD PRIVADA.

España nos trajo su cultura, una de las más avanzadas en ese momento para la humanidad; nos trajo el caballo, la caña de azúcar, y la aportación más grande para nuestro continente, la lengua y tras ella, la poesía, las artes; pero también el odio, la avaricia, la venganza y el azote del cielo, su religión. De hecho encontramos es la estructura histórica que el llamado descubrimiento no tuvo en ningún momento la intención propia de una aventura civilizadora preconcebida, sino un hecho circunstancial, provocado por una situación crítica de realidades políticas, económicas y sociales que diezmaba a la España de la época. De ahí que encontremos posiciones concretas para el fin propuesto tenazmente por Colón. No olvidemos los planificados viajes hacia el Asia, tráfico marítimo creciente e interés económico por vincular regiones separadas con fines de comercio, humanismo racionalista del Renacimiento, aparición oportuna de una monarquía fanáticamente católica nacida de la guerra de la conquista. La religión católica se enfrentaba a la contrarreforma protestante y era necesario amparados por los reyes inquisidores del catolicismo, la posibilidad de importarla para contrarrestar el avance contrarreformista. En consecuencia el llamado descubrimiento del nuevo mundo, cristalizado por la naciente monarquía imperial española, se alimentó de la intuición de que el otro mundo que pregonaba su religión ya no estaba arriba, sino aquí, en estas tierras de "gracia", tierras de "salvación".
Así nos llegan las enfermedades, la ideología del mercantilismo, la conquista que muy diferente a otras, no fue sino el síndrome del conjunto de enfermedades que mataba a la España Imperial.

Un adelanto cultural, económico, social, impuesto con la espada y con la cruz se apropio de las tierras del sur, introdujeron la esclavitud, practicaron la persecución y el genocidio por medio de una política de sojuzgamiento y aniquilación. Nació el temor, el pecado, la paralización a nuestro propio desarrollo y se enyesó, se embalsamó nuestra propia forma de pensar y de defendernos. Una conquista cruel, con "hombres de hierro" vino a desarrollar su locura. La corona trajo su propia violencia, su irresponsabilidad, su despotismo, su depravación. Ella dilapidó el inmenso tesoro que aquí en América encontró. El oro y la plata, motor celular de la conquista, fue la sentencia a muerte de los hombres de esta tierra de salvación.

Para España, América era una invención más, y bajo este concepto se realizaron los tratados "por la ley de la conquista". En nuestra verdadera historia, no se encuentran más que manifestaciones tétricas de salvajismo. Todo se reduce a: matanza, exterminación, robo, pillaje, imposición, inquisición, racismo, explotación, usurpación e invasión.

Este es el verdadero destino que Colón nos trajo como desarrollo, como ayuda. Con los invasores llegó la importación principal: La pobreza, la miseria, el dios armado. Nos llegó el derramamiento de la sangre india sobre la tierra llamada América. Nos llegó el sufrir, las lágrimas y lo más vil, pestilente y odioso: LA ESCLAVITUD.

A quinientos veinte años terribles de invasión en Venezuela, no tenemos otro perfil, sino el del destino heredado. Ha cambiado el método, pero el sistema deshumanizado lo tenemos como maldición a nuestra espalda.

Quinientos diez y seis años de atropellos en América, de saqueos, de injusticias. ¿No han sido suficientes? Ha volado la lentitud y todo se parece a la muerte, dentro de cada uno, lloramos como lo hacen nuestros volcanes para que sepa el mundo que somos Los Gigantes de las Cordilleras.
El silencio de algunos latinos, especialmente el de esta generación, no es otra cosa que la conformidad ante el temor y el vivir de rodillas ante la estupidez. Así es de clara la verdad aunque venga de una historia oscura. Ahora todos debemos despertar, latir entre nosotros y dejar establecido que somos los resurrectos de la nueva liberación Latinoamericana y del Caribe.

Ese sueño de tierra y libertad que intentaron nuestros aborígenes, no debe quedarse sentado en la mesa vacía que nos separó, pero que nos unió en el mismo castigo, si observamos, de Barcelona a Caracas, hablamos la misma lengua, lo que nos une a los pueblos de España, Latinoamérica y el Caribe, pero también existe otro lenguaje que ahora nos sienta en la misma mesa pobre del mundo: EL HAMBRE, LA MISERIA Y LA EXPLOTACIÓN.

miércoles, 8 de octubre de 2008

¿Es verdad que San Martín pensaba igual que Bolívar?

Víctor Rodríguez Calderón (ensayo)

Es oportuno mostrar los lados del pensamiento martinico y el bolivariano, en ellos encontramos dos actitudes mentales totalmente antagónicas. Como toda individualidad grande y fuerte San Martín lucha en contra de su tiempo, en su tiempo, participando de él pero no queriéndolo modificar, de ahí que nada resulta más dramático que un espíritu como este que, en su lucha por la libertad y la justicia, se presto a engrandecer el monarquismo peruano argentino. Este libertador entendido como tal, yo lo describo como el “imperfecto jamás realizado” y mucho menos acercado al pensamiento de Bolívar, puesto que él siempre apostó a su causa y ella rechazaba íntegramente, ontológicamente, la presencia de la libertad, la justicia y la igualdad para su pueblo.
La historia nos muestra que cuando aparecieron en la vida política argentina las llamadas “terribles montoneras” (verdaderos movimientos revolucionarios), y que durante años habrían de mantener a la defensiva a los centros urbanos, cuales eran sus intenciones. Carlos Ibarguren, resalta la impresión que le causaron estos movimientos al famoso naturalista inglés Charles Darwin, quien dijo: “La visión que tengo al contemplar estas “montoneras” es salvaje; soldados negros y mestizos de siniestra catadura, envueltos en ponchos rojos, iban y venían; pelotones de indios, hombres y mujeres, pasaban cabalgando semidesnudos o agrupados bebían sangre fresca de las reses recién carneadas, entre suciedad y cuajarones…Las montoneras eran una bárbara caterva de milicias irregulares, compuestas de gauchos y de indios, que seguían fanáticos a sus caudillos, empujados por un odio tan delirante al gobierno de la capital (Buenos Aires) y sus ejércitos regulares que, dice el general Paz, sofocó hasta el noble entusiasmo de la independencia: nadie se acordaba de los ejércitos españoles que amagaban por diferentes puntos, y es seguro que les hubiera visto penetrar en nuestro territorio sin que se hubieran reconciliado los ánimos”.
Pero lo que si es cierto que de todos esos factores de lucha, se origina la forma política que ellos adaptarían para imponer el predominio de sus aspiraciones fundamentales. El patriciado burgués de Buenos Aires, compactado por la comunidad de intereses, presentaba un frente unido y sus hombres destacados como lideres abogaban por las ideas autoritarias, capaces de impedir a las masas populares toda intervención en la constitución del Estado. La dirección política de la misma clase tenía su mejor instrumento en las organizaciones secretas, como era la Logia de Lautaro, órgano de lucha política transplantado de Europa al llamado Nuevo Mundo. Es así, que nada puede sorprendernos y de ahí que encontremos desde Rivadavia hasta San Martín, en su correspondencia, en sus conversaciones, en sus acciones, cumplir insistentemente las órdenes de los llamados “hermanos”.
Esta Logia cumplía una función muy importante: establecer un puente entre las aspiraciones de las clases dominantes americanas y la diplomacia de las grandes potencias europeas.
Encontramos un escrito de Mitre donde deja la siguiente constancia histórica: “El doctor Valentín Gómez enviado argentino a París, ha entrado en negociaciones con el gobierno Francés para la coronación de un príncipe de la casa de Borbón- el duque de Luca- como soberano del Río de la Plata.
Francia se comprometía, por su parte, al manejo directo y darle otro destino a la expedición española que tenía como meta irse contra las Provincias Unidas y asegurar la aquiescencia de Portugal y la evacuación portuguesa de la Banda Oriental, mediante el casamiento del futuro rey con una princesa brasileña.
Vemos como el Congreso entonces, pasando por alto la constitución republicana jurada poco antes, sin hacer el menor esfuerzo por consultar a la opinión, sancionó este acuerdo en sesión secreta. Es el 12 de noviembre cuando autoriza a Gómez para que firme el tratado. De esta manera la expedición española se dispondría a operar contra México, Venezuela o la Nueva Granada, y aún para reforzar al gobierno del Perú, este acto constituía una enorme traición al programa revolucionario y una deserción a la Causa de América emprendida por el Libertador Simón Bolívar.
Únicamente las rivalidades de las casas reinantes europeas y la tremenda intervención de las masas populares argentinas, frustraron entonces la solución monárquica a los dirigentes de Buenos Aires a enfrentarse a las provincias que proclamaban su independencia de la capital porteña. La primera etapa de este drama se desató en la Banda Oriental, donde surgió el gran caudillo del Sur, Artigas, y donde el más grande de los generales monarquistas de Buenos Aires, Belgrano, fracasó en su empeño de someter a las “montoneras” a la autoridad centralista de la ciudad del Plata.
De ese pacto observamos como la clase privilegiada argentina quiso hacer un sistema definitivo y un pensamiento único, pero mas adelante vamos a ver también como se sentenciaron y el papel definitivo de San Martín como libertador.
Tenemos que aceptar las épocas y su historia, es verdad, ellas son una realidad, pero a veces encontramos individuos o historiadores que las convierten en mitos épicos, cómodos para utilizarlas como una divinidad cotidiana que se invoca para someter a los pueblos con imperativos cantos llenos de falsedades.
El fracaso de los centralistas de la ciudad del Plata repercutió ante el avance inesperado y rápido de las tropas realistas, que desde el Perú, marcharon hacia Montevideo y Buenos Aires, estrategia que obligó a los dirigentes porteños y a la Logia de Lautaro a tomar nuevas medidas, aplazando sus propios proyectos políticos de carácter interno, esto obligó a que se enviara a Belgrado a los frentes del Norte.
Pero Belgrado no pudo detener a los españoles y después de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, el gobierno de Buenos Aires se vio en la necesidad de reemplazarlo, no solo por sus fracasos militares, sino por su altiva independencia de carácter, que hacía de él un hombre reacio a someterse a la férrea disciplina que exigían los “hermanos” de la Logia.
La organización deseosa de dar el mando a un hombre que no presentara tales inconvenientes, recorre y estudia a sus líderes y decide designar para el cargo de general del ejército del Norte a don José de San Martín, militar de carácter reconcentrado, hosco y aparentemente falto de ambiciones. A la organización le pareció el mas hábil y apropiado para ejecutar las acciones que se venían encima, además era hombre de estricta obediencia para las ordenes que se impartirían desde Buenos Aires, lo cual constituía un requisito esencial.
No obstante mucho se equivocaban “los Hermanos” en su juicio sobre el carácter del general de San Martín; en su alma se alentaba una voluntad invencible, serena frialdad para apreciar las situaciones, se trataba de un genio militar indiscutible y una soberbia que no por disfrazada tras aparente humildad dejaba de constituir poderosa fuerza íntima, en la cual ardía un ambicioso ideal histórico, que no tardaría en colocarse, por derecho propio, a la cabeza del movimiento libertador nacido en las márgenes del Plata.
Fue cuidadoso e imparcial en su observación con respecto a la revolución argentina, lo que le permitió advertir que la política monarquista de la Logia de Lautaro había fracasado, no tanto por la incomprensión de las cortes de Europa como por la falta de una estructura social propicia para la misma en las provincias del Plata.
Las divisiones políticas, el carácter comercial y no aristocrático de la clase dominante de Buenos Aires y la tremenda insurrección popular, cuyos primeros síntomas ya comenzaban a presentarse, fueron factores que le llevaron a pensar en la necesidad de buscar en otras latitudes de América la base política necesaria para la implantación de una monarquía en el Nuevo Mundo. Instante que lo hace pensar insistentemente hacía el Perú, Chile y el Río de La Plata. Completamente convencido de la debilidad de la clase patricia de Buenos Aires para conservar la dirección de los acontecimientos, San Martín ve en la futura colaboración entre la aristocracia peruana y la alta clase comercial porteña, el mejor camino para contener la revolución de las “montoneras” y es entonces cuando piensa y deja para la historia lo siguiente:
“Creo-dijo San Martín- que es necesario que las constituciones que se den a los pueblos estén en armonía con su grado de instrucción, educación, hábito y género de vida, y que no se les deben dar las mejores leyes, pero si las más apropiadas a su carácter, manteniendo las barreras que separan las diferentes clases de la sociedad, para conservar la preponderancia de la clase instruida y que tiene que perder“.
Es así como se equivocan aquellos que pretenden juzgar sus operaciones militares con criterio puramente táctico e igualarlas en pensamiento al de Bolívar, sus movimientos, sus acciones y su formación ideológica están bajo un punto de vista conflictivo encubierto por una “irracionalidad falsa”, totalmente diferente y como vemos presentan deficiencias en cuanto al sentido de liberación para la patria. Ellas sin lugar a dudas tienen hoy mas que nunca su explicación no en la incompetencia de quien las ejecutaba, sino en el espíritu que las generó, el cual, lejos de obedecer a un simple plan militar, perseguía una ambiciosa solución política: Obligar a la aristocracia peruana y a los españoles del Perú a pactar la independencia del continente, sobre la base de coronar príncipes españoles en América.

Los propósitos del General.

San Martín decide encerrarse en la ciudad de Mendoza, provincia de Cuyo, donde ordena construir un extraño fuerte que llamó “la Ciudadela”, allí concentra todas sus tropas y con toda tranquilidad las somete a un severo entrenamiento. Buscó afanosamente soluciones para los problemas básicos que se interponían ante su empresa. Su propósito tuvo como consecuencia el grandioso plan político-militar que constituiría la gran hazaña de su vida y cuya etapa en carta intima a un amigo expone el 22 de abril de 1814: “No se felicite con anticipación de lo que yo pueda hacer en ésta (Mendoza); no haré nada y nada me gusta aquí. La patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra defensiva y nada más; para esto bastan los valientes gauchos de Salta, con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar en otra cosa es empeñarse en echar al pozo de Ayron hombres y dinero. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas, pasaremos por mar para tomar a Lima; ése es el camino y no éste. Convénzase, hasta que no estemos en Lima, la guerra no acabará”.

Para esta campaña, San Martín contó con una importante base numérica de emigrados chilenos, éxodo que cruzó la cordillera de los andes huyendo de la represión española y por suerte refugiándose en Mendoza. Dentro de éste grupo figuraban hombres como Bernardo O’ Higgins y los hermanaos Carrera, destinados a tener excelentes actuaciones en las próximas acciones. Frente a estos exilados, deseosos también de cooperar a la libertad de su patria, San Martín prefirió abiertamente a quienes demostraban mayor sentimiento por su plan, de incorporar a Chile al gran estado monárquico que tenia en mente.

Pero, muchos chilenos al conocer los planes del General, se convirtieron en feroces opositores los cuales no solamente presentaron un aspecto “nacionalista” en cuanto al rechazo de la absorción de Chile por la nación Argentina, sino preferentemente por una causa popular. Para esta tarea surgen los hermanos Carrera, cuya resistencia obligó a San Martín a buscar el apoyo de Bernardo O’Higgins, representante en ese momento, por sus ideas y su carácter, de la naciente clase conservadora de la gran nación chilena.

A partir de ese momento, se inicia una guerra implacable entre San Martín, decidido a toda costa a “apoyar en Chile un gobierno de amigos sólidos para acabar con la anarquía” y los Carrera, quienes faltos de fuerzas militares para respaldar su causa, optan por la difícil empresa de estimular la revolución popular, la cual también comenzaba a despertarse en las provincias del plata contra el gobierno de Buenos Aires, para atacar en su propio corazón la obra imperialista del patriarcado porteño, de la cual San Martín era genial ejecutor.

En el desarrollo de estas acciones, los Carrera obtienen un respaldo sin precedentes, algo inesperado, aunque sin consecuencias inmediatas para los planes cuyos desarrollos se proponían obstaculizar. El informe de descontento popular de las provincias del Plata halló en ellos a los conductores apropiados y gracias a su prodigiosa actividad revolucionaria y al ejemplo heroico de sus vidas, lograron provocar un alzamiento general contra la política de Buenos Aires y darle a la bandera de la Federación un contenido popular que la haría invencible. Su asesinato, del cual se llegó, injustamente, a acusar al propio San Martín, fue la única solución que encontró el partido monarquista para detener el torrente revolucionario que amenazaba provocar la disolución del país e impedir las empresas continentales de San Martín.

Esta política revolucionaria de los hermanos Carrera no pudo, sin embargo, impedir que la empresa libertadora de Chile se organizara con la fuerza del espíritu monarquista. Como el poder de los caudillos argentinos era todavía débil, San Martín y O’Higgins estrechan sus ideales y entonces el general ordenó marchar desde Mendoza hacia los Andes, marcha que las distintas divisiones efectuaron entre el 18 y 19 de enero de 1817 en busca del paso llamado de los Patos, para caer, según las órdenes del general en jefe, sobre territorio Chileno entre el 6 y 8 de Febrero. Esta hazaña se hizo en una operación perfecta que sorteó admirablemente los terribles obstáculos de la naturaleza, los ejércitos argentinos cruzaron el macizo andino, el 5 de Febrero vencieron a las sorprendidas guarniciones realistas de la vertiente opuesta, y el 9 se acercaron a la planicie de Chacabuco, donde San Martín, el 12, derrotó completamente a los realistas. El 13, mientras los restos de los ejércitos enemigos huían desordenadamente hacia Valparaíso, San Martín, evadiendo los honores del triunfo entra en la ciudad de Santiago y con la decisiva colaboración de O’Higgins se prepara a las fases subsiguientes de la campaña. “Después de Chacabuco-escribe Mitre- San Martín cometió tres errores: dos de detalle y uno trascendental que tuvo influencia funesta para sus operaciones ulteriores. La campaña que debió de haber finalizado inmediatamente, se prolongó por estos motivos, y San Martín se vio obligado a librar cuatro batallas para terminar la reconquista de Chile, retardando en tres años la prosecución de su gran empresa”.

Los errores que analiza Mitre están claros, se redujeron sustancialmente, a no perseguir al enemigo después de la acción de Chacabuco, como a la inexplicable despreocupación que demostró después de ocupar a Santiago, ante la rápida reorganización de los realistas en la provincia de Concepción, en el Sur. Esta conducta sólo puede considerarse errónea si se olvida- como lo dice Mitre- que para San Martín la campaña de Chile no revestía un carácter decisivo, pues ella solo significaba una primera etapa para pasar al Perú con fuerzas capaces de obligar al virrey a negociar con él sus proyectos de monarquía. Por eso San Martín, en medio del asombro de muchos de sus oficiales, únicamente se preocupó de aumentar con soldados chilenos el llamado ejercito expedicionario de los andes, destinado a marchar sobre el Perú, y a pesar de las solicitudes insistente de O’Higgins, cuyos efectivos no alcanzaban para obtener un triunfo decisivo en la provincia de Concepción- donde el virrey del Perú había enviado por mar al general Osorio con 3.400 hombres-continuó sustrayéndole a los ejércitos de Chile los recursos que necesitaba para su gran empresa peruana.

Es así como el 28 de Enero de 1820, encontramos que San Martín escribe a O’Higgins solicitándole una ayuda de 6.000 hombres, pues su estrategia inmediata era invadir al Perú. La respuesta fue inmediata con la oferta de 4.000 hombres, con equipo completo y los servicios de la escuadra para conducirlos a las costas peruanas. Pero un contratiempo inesperado se le presenta al recibir la orden del gobierno argentino que le ordenaba regresar con la totalidad del ejército de los Andes a Buenos Aires para atacar la revolución de las “montoneras”, que en esos días ya se acercaban victoriosas a la capital del Plata.

San Martín disciplinado por instinto pensó en acatar la orden y así se lo anuncia a Rondeau; pero al mismo tiempo se entera que el ejército de Buenos Aires ha sido disuelto ante el ataque general de la milicias rebeldes, esto lo hace reflexionar y reafirmarse en su génesis idealista de que sólo la “solución monárquica”, pactada con los españoles en el Perú, podía reestablecer en la América Meridional una autoridad capaz de contener el torrente revolucionario, en el cual nunca creyó y cuyas acciones avanzadas se desencadenaban en el Plata. Esta base idealista lo convulsiona y lo hace tomar decisiones personales, asume la responsabilidad de la desobediencia a sus superiores y pretextando una enfermedad que le atacaba (ataque de reuma), se dirigió a Chile a los baños termales de Caquenes, después de solicitar a O’Higgins reuniera en el valle del Aconcagua todas las mulas y caballerías que pudiera disponer, para atender el transporte del ejército de los Andes.

Para su suerte, esta decisión, que muchos tomaron como traición, brutalidad, le dio la razón aparentemente, pues el 1º de Febrero de 1820 las “montoneras” derrotaron en Cepeda a los orgullosos ejércitos del patriciado bonaerense; el Congreso se disolvió y la nación se dividió en pequeños estados soberanos, de cada uno de los cuales se adueñó el caudillo afortunado que había sabido ganarse la voluntad de las “montoneras” y podía satisfacer permanentemente sus apetitos.”La posición del ejército de los Andes-escribe Mitre- y la de San Martín era doblemente anómala. El ejército, con la bandera nacional, no tenia gobierno a quien obedecer, solo dependía de un general que había desobedecido al gobierno que acababa de desaparecer. El general, se la había jugado con su licencia, ahora se atribuiría facultades supremas y podía realizar libremente sus designios, se encontraba sin patria en cuyo nombre obraría y no tendría gobierno ante quien justificarse o que diera sanción a sus actos. Para regularizar esta situación, como él la entendía, o para rehabilitarse con nuevos poderes, entregó a la deliberación de sus subordinados su autoridad militar y la prosecución de sus designios”.

No fallo, tal y como lo esperaba San Martín, el consejo de oficiales, convocados por él, le confirió el grado de “generalísimo”, lo cual se hizo constar en un documento muy famoso: “El Acta de Rancagua”. Tomada esta decisión, que separaba al ejército de los Andes de la nación Argentina, las tropas cruzaron nuevamente los Andes y se acuartelaron en las cercanías de Valparaíso, donde los primeros días de Julio de 1820, se les reunió San Martín para dirigir su embarque en la armada chilena, comandada por el marino inglés Cochrane. El 20 de Agosto se alejaron de las costas, rumbo al Perú, la expedición trabajosamente alistada por San Martín y O’Higgins, cuyos efectivos ascendían a 4.300 hombres de infantería y 625 jinetes, fueron conducidos en 16 transportes y escoltados por ocho buques de guerra.

Están claro los propósitos de San Martín, desde el inicio de su campaña indicaba lo que buscaba, estaban dirigidos objetivamente a una política, a la cual sacrificaba voluntariamente su fundada fama de militar. Se separaba de las ordenes de Cochrane, quien era partidario de dirigir la expedición a las proximidades del Callao para atacar inmediatamente Lima, pero por su parte individualmente San Martín prefirió encaminarse al Sur del Perú, a la playa de Pisco, para comenzar allí la ejecución de sus planes, ignorados por casi todos, pues su reserva era total. Desde allí y después de las operaciones de desembarque, el 9 de Septiembre, el ya “generalísimo” argentino trabaja arduamente las gestiones diplomáticas para encontrar el camino que condujera a una primera entrevista entre comisionados del Virrey del Perú y sus representantes personales. Entrevista que logra y se efectúa en el sitio llamado Miraflores, a l1kilometros de la capital.

La pregunta histórica ¿Qué se trato en ella? ¿Cuáles fueron sus resultados positivos? pues San Martín y sus hombres mas allegados guardaron sobre estas gestiones diplomáticas un silencio muy oscuro, solo se pudo conocer posteriormente algunos detalles más tarde y eso por una carta que el Virrey Pezuela le envió a su embajador ante la corte de Brasil. “Trate de ponerme en comunicación con el general San Martín -le dice- para llegar a una transacción o a lo menos a una suspensión de hostilidades. No ha sido posible conseguirlo, no queriendo admitirse otra base que la independencia del Perú; ni mi honor ni mis facultades me autorizaban para entrar en un convenio que la supiese. El medio que los diputados de San Martín indicaron, diciendo que no sería difícil encontrar en los principios de equidad y justicia la coronación en América de un príncipe de la casa reinante en España, también me fue preciso rechazarlo por lo que a mí me toca, y reservar su examen al Gobierno Supremo”.

Esta negativa del Virrey Pezuela se convirtió en una calamidad para San Martín e influyó en su conducta posterior, llevándole a una serie de movimientos desesperados. Aconsejado por Monteagudo, el más capaz de sus amigos, modificó sus planes en el sentido de no contar por más tiempo con la cooperación de las autoridades españoles y buscar en cambio, un pacto directo con la aristocracia peruana, con la mira de apoyarse en ella para realizar su sueño: LA MONARQUIA AMERICANA


El 25 de Octubre la expedición abandono las costas de Pisco, teatro de operaciones de este primer fracaso a cuya cabeza principal estaba el generalísimo. Se dirige al Norte y se dispone a fomentar la segunda fase de la campaña, la cual dirige con extraordinaria habilidad; Se separa de la opinión de Cochrane, optando por una serie de desembarcos en distintos sitios de la costa, estrategia que desconcertó a los realistas y le permitieron fomentar en los departamentos del Norte peruano, ganándose para su causa la importante intendencia de Trujillo, cuyo gobernador, el marques de Torre Tagle, típico representante de la nobleza criolla peruana, se unió a la causa Martiniana.

Estos triunfos fueron decisivos para desencadenar una grave crisis interna en el partido españolista peruano. Los “constitucionalistas”, que eran loas máximos representantes en el Perú de la revolución que obligó en la Península a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz, se enfrentaron a Pezuela, jefe del bando absolutista, quien no había aceptado ni aceptaría esa Constitución, pues su propósito era el de convertir al Perú en el centro de la reacción en el continente. La noche del 23 de enero de 1821, los generales españoles Canterac y Valdés, autorizados por la Serna, jefe del partido “constitucionalista”, exigieron al virrey Pezuela su renuncia, fundando esta insólita pretensión en la necesidad que existía, según ellos, de crear en el Perú nuevas condiciones políticas para negociar con San Martín.

El virrey Pezuela, ya viejo, cansando, debilitado, por su larga carrera de lucha criminal contra la libertad Americana, se inclinó ante las exigencias de sus generales. De inmediato los “constitucionalistas” eligieron nuevo virrey del Perú y nombraron a la Serna, este procedió como primer acto oficial, invitar a San Martín para reabrir las negociaciones interrumpidas en Miraflores. Ni corto ni perezoso, el generalísimo argentino aceptó de inmediato, nombró emisarios y los envió para que se reunieran en la hacienda de Torre Blanca, cerca de Retes.

Los delegados de San Martín insistieron de nuevo ante los delegados de la Serna que “no seria difícil encontrar en los principios de equidad y justicia la coronación en América de un príncipe de la casa reinante de España”, siempre que tales principios implicaran la independencia de los estados americanos. La respuesta de los hombres del virrey fue tajante debido a que ellos consideraban como mejor solución que los americanos acataran la carta constitucional de Cádiz, la cual garantizaba sus derechos y mantenía la unidad del imperio español. Entre estos dos conceptos, trataban de abrazarse, pero en realidad ninguno presentaba la verdadera libertad e independencia que sí luchaba Bolívar, pues vista esta tesis que parecían tener diferencias, la verdad es que solo perseguían la restauración de la armonía y amistad entre España y sus colonias, por eso estas conversaciones se desarrollaron con gran cordialidad y lo único que lograron es que el tiempo pasara sin un acuerdo definitivo.

Esta situación de amigos termino por desesperar a los dos bandos y les obligó a poner las cartas sobre la mesa. Guido anunció que San Martín se vería obligado a continuar estimulando la insurrección de los criollos peruanos contra los españoles si éstos no aceptaban la independencia a lo que los delegados del virrey respondieron que la mejor solución era el acatamiento, porque de lo contrario de que no se pudiese sostener la causa española en aquellos dominios, estaban resueltos a proclamar el imperio de los incas y ayudar a los indios a sostenerlo, antes de consentir que la ocupasen los súbditos rebeldes que no tenían mas derechos que los que habían adquirido de sus antepasados los españoles. Valdés recalcó: “que por este pensamiento tenían a su lado, en clase de ayudante de campo, al descendiente más inmediato de los Incas, a quien proclamarían emperador, dando con este principio a una nueva guerra y a un nuevo orden e cosas, cuyo resultado no sería fácil de prever”. Como podemos apreciar esta táctica era la misma seguida por lo jefes españoles Monteverde y Boves en Venezuela, cuando desencadenaron la revolución de los “pardos” y de los indios contra el patriciado caraqueño que auspiciaba el movimiento emancipador.

Enredados ambos bandos y sin encontrar una salida, decidieron entonces pactar una suspensión de hostilidades, previas ciertas garantías exigidas por los patriotas y concertar una entrevista personal entre el virrey la Serna y el generalísimo San Martín

Esta se realiza el 2 julio, en Punchauca, “los dos jefes-dice Mitre- se saludaron con cordialidad y expresiones de mucha estimación. San Martín propuso crear una regencia para el gobierno independiente del Perú, hasta la llegada de un príncipe español, con la Serna en calidad de presidente y dos corregentes, designados respectivamente por los realistas y los patriotas. El mismo se ofreció para ir a España como delegado y ponerse de acuerdo con el gobierno metropolitano. Abreau apoyó calurosamente la proposición de San Martín y el virrey pareció dispuesto a aceptarla, pero expresó el deseo de consultar a las corporaciones del virreinato sobre asunto tan importante, y prometió contestación antes de dos días.

Luego hablaron de la forma en que eventualmente, las tropas de ambos ejércitos podían reunirse en la plaza principal de Lima para celebrar la declaración de la independencia del Perú. Después de la entrevista, hubo un banquete en que se cambiaron los brindis más amistosos.

En todo esto, la política de San Martín contenía un error fundamental. El no tenía autoridad para hacer tales proposiciones. No estaban de acuerdo con los principios por lo cuales luchaba y el aplauso con que recibieron su propuesta los monárquicos de la Santa Alianza implicaba su condenación por los republicanos de América.

La Serna, en vez de consultar a las corporaciones, deliberó con sus oficiales, quienes, sin rechazar de plano la proposición, declinaron aceptar inmediatamente, pues estaba en contradicción con sus órdenes, que les impedían pactar sobre la base de la independencia de las colonias”.

De hecho las negociaciones resultaron un rotundo fracaso y la diplomacia de San Martín estaba comprometida peligrosamente, su éxito dependía de lograr un acuerdo que le permitiera, sin apelar a la suerte de las armas, negociar con las autoridades españolas el establecimiento de una monarquía independiente en el Perú.

El generalísimo argentino vio ensombrecerse el horizonte de su empresa continental y su pesimismo le llevó a confiarse en Monteagudo, más seguro que él en las posibilidades de una campaña que tuviera como base la insurrección de la aristocracia criolla contra los españoles. Mientras la Serna, consciente de las ventajas de su adversario en los territorios de la costa y en Lima, se decide a abandonar a San Martín para dirigirse a la Sierra, cuya densa población indígena, fanatizada por el clero y segura de la divinidad del monarca español, le serviría de base par su campaña reconquistadora.
A las siete de la noche, del día 10 de julio, incógnitamente, lleno de pesimismo y totalmente sombrío, entra San Martín a la Capital del Perú, evadiendo cualquier homenaje que se hubiese pretendido para recibirlo. Sus oradores callaron, al ver las circunstancias de su entrada en la capital limeña, un rasgo de austeridad digno de ejemplo, estableció una censura disimulada. Todo diferente a las entradas de Bolívar en Santa Fe, Caracas y Quito.

En realidad el ánimo del generalísimo lo obligaba a ese silencio y casi oculto entró en Lima. Era lógica su actitud, no se sentía victorioso, el pesimismo y las más negras dudas sobre el porvenir le dominaban y por eso en su espíritu no existía interés para fastuosas ceremonias triunfales, que en forma alguna correspondían a la verdad de su difícil situación.

Las más terribles dudas lo asaltaban, la inseguridad lo rodeaba internamente y externamente y se preguntaba: ¿Respondería la aristocracia criolla a su llamada insurrección contra los españoles? ¿Podrían sus insuficientes fuerzas militares hallar, en las costas peruanas, las adhesiones necesarias para enfrentarse a las formidables fuerzas realistas que los españoles organizaban con tanta facilidad en la zona de las indiadas de la Sierra? Sin duda que estas eran sus más profundas preocupaciones y ellas no le permitían considerarse como un generalísimo vencedor, a pesar de las esperanzas optimistas de su mano derecha Monteagudo y del inmenso entusiasmo que mantenían en la conciencia los habitantes de Lima quienes en esos días la habían otorgado el titulo de: PROTECTOR DEL PERU.

El tiempo no tardó en demostrar cuán fundados eran sus temores. La llegada de los españoles a la Sierra fue todo un espectáculo de triunfo entre los pobladores indígenas. El virrey, entró a la manera que lo hacían los antiguos incas, se estableció en el Cuzco, después de organizar y situar el grueso de sus ejércitos, a las ordenes de Canterac, en el Valle de Jauja. La recluta entre los pueblos indígenas le permitió reforzarse en las guarniciones de Puno, Arequipa y Tacna, como el ejército llamado del Alto Perú.

Pocos meses pasaron, después de haber abandonado a Lima, las fuerzas realistas tenían asegurado por lo menos un equilibrio con los ejércitos expedicionarios de San Martín, quien, a pesar de las estrategias desplegadas por Monteagudo, no había logrado aumentar sus efectivos y para el colmo gran parte de la alta nobleza peruana, en la cual tanto habían confiado, les miraba con temor y menos se acoplaba a las ideas liberales que se atribuía el movimiento emancipador americano. Esta alta nobleza confiaba más en los españoles y por eso nunca estuvo dispuesta a colaborar activamente con los independientes.

Es así, como corren los primeros meses del año 1822 la situación militar cambia súbitamente, poderosos contingentes realistas descienden por las laderas de la Sierra infligiendo a las guarniciones patriotas graves derrotas. Se iniciaba los efectos inevitables de una guerra para la cual San Martín no estaba preparado, puesto que su campaña en el Perú, lejos de perseguir objetivos militares, sólo había buscado una transacción política con los españoles.

La situación era ya muy comprometida y adquirió caracteres críticos para el generalísimo, cuando recibió noticias de Chile y del Río de la Plata anunciándole el fracaso del plan militar que concibió como última alternativa al fracaso de sus negociaciones con el virrey. Suponía esta táctica un ataque a las posiciones realistas de Canterac con las tropas bajo su mando, al tiempo que fuerzas destacadas de las provincias del Plata golpeaban las fronteras del Alto Perú por el Sur y desde alguno de los puertos del Pacifico, con nuevos efectivos proporcionados por Chile, se marchaba rápidamente sobre el Cuzco.

El generalísimo no pudo escapar a la sensación del fracaso total al enterarse de la inutilidad de los esfuerzos de sus emisarios en la Argentina y Chile a fin de obtener más tropas y recursos que necesitaba para el ataque combinado sobre las posiciones españolas en la Sierra. Gutiérrez de la Fuente no encontró ningún apoyo para la misión encomendada, el gobierno de Buenos Aires, dado al estado de insurrección de las provincias, no podía actuar de otra manera que no fuese defenderse de los asaltos de las “montoneras” y el otro emisario, Cavero sólo obtuvo en Chile la vaga promesa de una ayuda insignificante, pues este país se encontraba exhausto por el gigantesco esfuerzo realizado para equipar la primera expedición de San Martín, poco podía hacer ya en pro de la causa martiniana.



La distancia de las diferencias

Como podemos observar los movimientos históricos tienen su duración y su poder expansivo en un origen único, higiénico, revestido de libertades y justicia condicionadas a la naturaleza de las ideas que doctrinalmente entrañan los líderes y a la manera como esas ideas se arraigan en los pueblos sobre el cual ejercen influencia. La idea monárquica y su conceptuación clasista, que constituyeron la fuerza íntima del movimiento político nacido en Buenos Aires, marcharon triunfantes cuando la naturaleza de sus postulados políticos dividió a los pueblos del Sur, en cambio de unificarlos para la campaña emancipadora. En consecuencia esta división produjo el límite a su actividad continental y debilitó los ejércitos que en el Perú constituían la avanzada del monarquismo argentino, porque cuando las provincias del Plata se levantaban contra el gobierno “porteño”, desde el norte y a las fronteras mismas del Perú, se acercaban victoriosas las fuerzas de la Gran Colombia, las cuales venían precedidas de una profunda convicción revolucionaria, libertaria y democrática, llenas de energía y con homogeneidad suficiente para desempeñar la misión libertadora que los ejércitos del Sur se estaban demostrando incapaces de continuar adelante con éxito.

A San Martín en realidad solo le quedó el camino que menos hubiese querido transitar, pues a ello se rebelaba su orgullo, no menos grande por bien disimulado: solicitar la ayuda al Libertador de Colombia, pero la verdad es que por ningún motivo se atrevió a dar este paso sin incorporar previamente la ciudad de Guayaquil a la órbita de influencia del Perú, pues según él, esta acción, como lo creía, podía asegurarle un poco de popularidad a su gobierno, tan amenazado en esos momentos por el descontento del pueblo peruano contra los mandos del ejército argentino.

Consciente de la importancia de aquella hora histórica, el Protector entregó el gobierno al marqués de Torre Tagle y marchó hacía Guayaquil con el propósito de asegurarse el dominio del puerto y de buscar, después, una entrevista con el Libertador de Colombia. “Los dos Libertadores-dice Mitre bellamente- van a abrazarse repeliéndose, bajo el Arco del triunfo del Ecuador del Nuevo Mundo, en la región de los volcanes y de las palmeras siempre verdes”.

Ya en sus últimas etapas de la campaña de Venezuela el Libertador Simón Bolívar, consideró que había llegado el momento de llevar la guerra al Sur, dándole excepcional importancia a la vía marítima, porque ello evitaba a sus soldados las penalidades propias de una larga marcha por tierra, a través de medio continente. Este proyecto no contó con la colaboración solicitada al gobierno de Chile, porque la armada de este país, que tanto necesitaba Bolívar, se encontraba comprometida en acciones decisivas contra la escuadra española del Pacífico.

Entonces Bolívar se vio obligado a cambiar las estrategias y tuvo que pensar en movilizar sus fuerzas por tierra hacia Buenaventura y de allí, por medio de transportes conseguidos en Guayaquil, se trasladarían a este puerto para incorporarse a los ejércitos que, al mando de Sucre, actuaban ya en las proximidades de Quito, al tiempo que algunos contingentes, con su centro de operaciones en Popayán, se encargaban de hostilizar el poderoso baluarte realista de Pasto, y evitar su posible colaboración en la defensa de Quito.

Desafortunadamente esta estrategia se dificultó a última hora, pues muy a pesar de los esfuerzos realizados por la escuadra chilena en el Pacífico, con miras a exterminar la armada española, no fue posible, algunos poderosos barcos de guerra realistas lograron salir airosos de la lucha y cuando Bolívar se preparaba para embarcar sus fuerzas en Buenaventura, recibió la noticia de que esta flota recorría los mares que constituían la ruta obligatoria de sus transportes colombianos y guayaquileños. Bolívar no podía correr riesgos en el azar de una batalla naval, exponer lo mejor de su tropa, no era una acción positiva. Entonces dio la orden de suspender la movilización e hizo regresar gran parte de los contingentes a Popayán. Sus posibilidades se limitaron y tuvo que tomar la ruta de Pasto, internándose con el grueso de sus fuerzas en aquellos peligrosos y sombríos parajes, donde el clima y la naturaleza abrupta y montañosa favorecían en todo momento a las fuerzas realistas compuestas por heroicos y experimentados guerrilleros, habilísimos para las emboscadas y sorpresas, tan fáciles en aquella zona geográfica.

El secretario del Libertador describe las características de la zona de esta forma: “Pasto está habitado por hombres que han hecho una defensa tenaz de un territorio que conocen y de cuyas ventajas naturales se aprovechan. Nuestra marcha a la vez se prolonga y se hace por caminos quebrados, donde todas las caballerías se pierden o se inutilizan. El enemigo puede contar con todas sus fuerzas reunidas desde Quito a Popayán, para defender sucesivamente las muchas posiciones fuertes que le presenta el terreno. El ejército libertador va a tener que sufrir por el clima, por la escasez de provisiones, por las dilatadas marchas, y va a tener que combatir, en su propia casa, con hombres descansados, aclimatados y prácticos en aquellos lugares. El ejército libertador desde el día que emprenda su marcha, no debe contar sino con bajas y pérdidas de hombres, caballos, mulas, bagajes; y el enemigo inmóvil nada sufre”.

Estas técnicas que desarrolló Bolívar, generalmente fueron muy criticadas en su aspecto militar, porque si ellas evitaron inicialmente un encuentro de éxito dudoso con las fuerzas enemigas, optaron después por audaces ataques sobre sus posiciones, que frecuentemente pusieron en peligro la suerte misma del ejército libertador. Pero la historia le da la razón, debemos tener en cuenta la premura que guiaba a Bolívar en esos momentos de dificilísimas decisiones, pues al tiempo que sus tropas estaban detenidas por los feroces guerrilleros pastusos, en el Sur los ejércitos de Sucre corrían graves peligros y el movimiento monarquista en el Perú ganaba batallas políticas que parecían ser decisivas.

Se realizaron algunas maniobras de flanqueo para evitar las posiciones enemigas, pero los realistas se situaron en forma que cerraron el camino hacia Quito. Entonces el Libertador se decidió a combatirlos en una acción frontal, la cual podía acarrearle una derrota de consecuencias peligrosísimas, pero a la vez la posibilidad de abrirle definitivamente los caminos del Sur, como efectivamente lo logró el 7 de abril de 1822 en la histórica batalla de Bomboná.

Después esta grandiosa batalla, la situación de los ejércitos españoles se tornó desesperada, porque la defensa de Pasto resultó prácticamente imposible. Al recibir don Basilio García, el comandante español, la propuesta de rendición del Libertador, tras de algunas vacilaciones optó por capitular, y el día 8 de Junio Bolívar entró triunfalmente en la heroica ciudad realista.

En Pasto le esperaban nuevas noticias, emisarios del Sur le confirmaron los rumores llegados con anterioridad, según los cuales, Sucre en gloriosa batalla, en el cerro de Pichincha, había exterminado las fuerzas realistas que defendían a Quito. Las dos fases de su campaña libertadora lograban así sus objetivos. Dueños ahora los colombianos de Quito y de Pasto, ante ellos se abrían los caminos que conducían directamente a los campos de batalla del Perú, donde habrían de librarse los combates finales por la libertad del Nuevo Mundo.

“Tengo -decía Bolívar, en comunicación del 17 de Junio al general San Martín- la mayor satisfacción al anunciar a V. E. que la guerra de Colombia está terminada y que su ejército está pronto a marchar adonde quiera que lo llamen sus hermanos y, muy particularmente, a la patria de sus hermanos del Sur, a quienes por tantos títulos debemos preferir como los primeros amigos y compañeros de armas”.



Un abrazo y la bifurcación ideológica de los héroes.

A la cabeza de 1.500 hombres el 11 de Junio de 1822, Bolívar entra a la ciudad de Guayaquil, el pueblo lo aclamó con sinceridad y jubilo entre vítores y arcos triunfales, ellos lo veían como el símbolo de libertad y justicia democrática para la América, mientra que la Junta de Gobierno se escondía en un escudo de absoluta reserva y el patriciado de Guayaquil que acariciaba el “monarquismo” de San Martín, disimulaba difícilmente su hostilidad hacia las fuerzas colombianas, en las cuales presentía una enorme amenaza para sus privilegios.

Analizando el Libertador estas circunstancias, le notifica a la Junta de gobierno “que acoge bajo la protección de la Republica de Colombia al pueblo de Guayaquil, encargándose del mando político y militar de esta ciudad y su provincia”.

Esta decisión sorprende por completo al generalísimo San Martín, cuando se acerca a Guayaquil y ancla en las cercanías de la isla de Puná, allí se vio obligado a recibir a los edecanes que Bolívar le había enviado para invitarlo a desembarcar en territorio colombiano. “El Libertador nos ha ganado por la mano”, le dice en carta confidencial a Guido.

Con esa altivez que lo caracterizaba, responde a los emisarios de Bolívar su gratitud por la invitación y a su vez notificándoles que al día siguiente descendería a tierra; poniendo énfasis para que le comunicaran a Bolívar sus grandes deseos de conocer personalmente al héroe de Colombia.

Llega así el momento histórico grande y decisivo que estaba esperando la libertad de América. Las dos máximas expresiones humanas, paridas de ese tiempo convulsionado que pedía cambios, libertad, justicia e igualdad, van a encontrarse frente a frente y abrazarse en la ciudad de Guayaquil, en sus manos estaba la futura organización política del Nuevo Mundo.

San Martín, modelado por la educación europea, se mostraba siempre con un temperamento frío, era en realidad el máximo representante en ese momento de las tendencias de la vieja diplomacia, inclinada a enfrentarse al descontento de los pueblos con el simple juego de alianzas familiares a la europea; en consecuencia, no tenia la capacidad como para resistir a la colonización que habitaba su mente.

Por la otra parte, Bolívar, representaba al verdadero hombre del trópico-con todos sus defectos y grandezas-, simbolizaba las fuerzas primitivas y contradictorias que en el ardiente suelo de América luchaban por engendrar un nuevo sistema y un nuevo tipo de sociedad, enemiga acérrima de ese monarquismo imperial y lo mas grande construir una potencia con la uniformidad de las necesidades, radicadas en la libertad, justicia e igualdad, es decir, con las tradiciones culturales que reorganizaran esas mismas relaciones sociales, aceleradas en ese principio de su pensamiento universal.

En síntesis históricamente, encontramos a un San Martín, temeroso de las convulsiones sociales que entonces aquejaban a nuestras comunidades para ese momento, buscaba formas de gobierno capaces de facilitar la independencia del continente sin tocar las tradicionales barreras que limitaban la actividad de sus clases sociales desde la colonia, por supuesto que esta forma de pensar y actuar era totalmente antagónica para un continente libre.

En diferencia, Bolívar, tras de alcanzar sus mejores victorias contra los realistas, modificaba totalmente el equilibrio de esas clases en el Norte del continente, lo que significaba claramente la independencia de América a través de una vasta transformación destinada a dar nuevas bases sociales y políticas a la libertad del llamado Nuevo Mundo.

El 26 de Julio, desde las tempranas horas de la mañana se comenzó a preparar el protocolo para el recibimiento del generalísimo, la guardia del Libertador formó calle de honor desde el muelle hasta la casa destinada por Bolívar como alojamiento de su ilustre visitante, banderas de Colombia, el Perú y la Argentina realzaban aquel evento.

A las diez, se escucharon los toques de los clarines y las bandas de guerra que anunciaban la llegada del Libertador al muelle, simultáneamente la goleta Macedonia que conducía a San Martín llegaban a tierra.

Una nueva trascendencia histórica se enmarcaba para las generaciones del futuro. El encuentro de los dos grandes libertadores de la emancipación americana tenía en aquellos momentos su mejor expresión en la tensa ansiedad de los miles de combatientes de ambos bandos. Bolívar, rodeado de sus altos oficiales esperaba pacientemente a la vigorosa figura del Protector del Perú.

“San Martín –dice Sarmiento- era de talla alta y marcial en extremo su talante, y tan aprueba de fatiga su naturaleza, que para todos los climas y estaciones, para la noche en las crestas nevadas de los Andes y el día en los tórridos arenales del Perú, tenía el mismo uniforme, severa y minuciosamente prendido y exento de todo adorno y aditamento que saliese del rigor del equipo de soldado. Bajo esta cubierta férrea, abrigábase un alma elevada, un espíritu ardiente, templado por la prudencia astuta e impenetrable de quien sabe anticipar los hechos, invitarlos a su placer, distraer las pasiones ajenas, subyugar las voluntades y hacerlas concurrir discretamente a sus fines. No fue caudillo popular; era realmente un general., Habíase educado en Europa y llegó a América donde el gobierno era revolucionario y podía formar a sus anchas un ejército europeo, disciplinado y dar batallas regulares, según las reglas de la ciencia. Su expedición sobre Chile es una conquista en regla como la de Italia por Napoleón; pero si San Martín hubiese tenido que encabezar “montoneras”, ser vencido aquí, para ir a reunir un grupo de llaneros por allá, lo habrían colgado a su segunda tentativa…”

El toque de las dianas de guerra y las salvas de saludo de la artillería del puerto anuncian el encuentro, Bolívar se adelantó a saludar a su ilustre huésped y le abrazó.

Frente a Frente.


Después del abrazo, los dos libertadores se dirigieron a la residencia que le habían destinado al generalísimo, allí el Protector del Perú, recibió la visita protocolaria de las autoridades locales y los jefes del ejército colombiano. Se conversó sobre temas generales, el Presidente de Colombia y el Protector del Perú se mostraron muy cuidadosos absteniéndose de conversar sobre los delicados tópicos que motivaban esa reunión en Guayaquil. Al golpe del mediodía, Bolívar se despidió de su huésped y se retiró acompañado de la mayoría de los visitantes, pero ya el generalísimo le había comunicado que le visitaría esa misma tarde.

Cerca de las cuatro de esa tarde, el Protector del Perú llegó a la casa de gobierno, Bolívar le esperaba y de inmediato comenzaron las conversaciones históricas del momento político que vivían. Bolívar observó que San Martín tenía un completo dominio de sí mismo y que mantenía ese aire superior de majestad que cautivó en su tiempo a las gentes cultivadas del Plata y el Perú. Cuando leemos el informe de la secretaría del Libertador al Gobierno de Bogotá, encontramos: “poco después de llegado a su casa no habló de otra cosa el Protector sino de lo que ya había sido objeto de conversación, haciendo preguntas vagas e inconexas sobre las materias militares y políticas sin profundizar ninguna, pasando de una a otra y encadenando las especies mas graves con las mas triviales. Si el carácter del protector no es de este género de frivolidad que aparece en su conversación, debe suponerse que lo hacía con algún estudio”.

A esta estrategia de San Martín, Bolívar le siguió la corriente, evitando temas que de momento pusieran al descubierto sus verdaderas intenciones. El generalísimo argentino no se mostró inferior a la sagacidad de su rival; demostrándose desinteresado, interrogó a Bolívar que si no estaba muy disgustado por las “pellejerías” de Guayaquil, calificativo “porteño” para identificar los disturbios políticos. Respondiéndole el Libertador de inmediato que la situación política del puerto ya había encontrado adecuada solución en las adhesiones de su pueblo al Gobierno de Colombia, que no tardarían en quedar -como lo había solicitado San Martín- ampliamente ratificadas por los comicios próximos a celebrarse. El Protector buscó la forma de demostrar la demolición social que se avecinaba, le habló sobre la impreparación de los pueblos americanos para el gobierno republicano y democrático y llegó hasta decirle a Bolívar que en Guayaquil, en el mismo Quito se estaba fraguando una conspiración para establecer en aquellas regiones un estado independiente de la Gran Colombia.

Llegada la conversación a este terreno, San Martín cambio su estrategia y buscó conocer de una vez por todas las verdaderas intenciones de Bolívar, asegurándole, -dice el Informe al Gobierno de Bogotá- que iba a retirarse a Mendoza; que había dejado un pliego cerrado para que le preguntasen al Congreso renunciando el Protectorado; que también renunciaría la reelección que contaba se haría en él; que luego que obtuviera el primer triunfo se retiraría del mando militar, sin esperar a ver el término de la guerra; pero añadió que antes de retirarse dejaría bien establecido las bases del Gobierno; que éste no debía ser demócrata en el Perú, porque no convenía, y últimamente, que debería venir de Europa un príncipe aislado y solo a mandar en aquel estado”.

Ante aquella franqueza, Bolívar consideró que el momento estructural de las realidades había llegado y fue entonces cuando decidió manifestarle al Protector que su intención era totalmente radical y que se oponía a la coronación de príncipes europeos en America, por considerar a la opinión popular ya fijada en el continente en favor de la República. Su frialdad de los primeros momentos desapareció y el jefe revolucionario se reveló con no dejarse atrapar por la desmoralización, la arrogancia, la altanería y la insolencia de ese evangelio monarquista europeo o americano el que solo traería desgracia, injusticia y esclavitud y lo que él consideraba que sería continuar con el saqueo, el racismo, el entreguismo de las patrias a una nueva colonia. San Martín calló, no entendió a Bolívar, el cual prosiguió luego y con mucha seguridad le repitió que no existiendo en América las condiciones sociales necesarias para la vigencia normal del sistema monárquico, se necesita no del ensayo de regímenes exóticos, si no de la adaptación del sistema republicano a las realidades típicas del Nuevo Mundo, que no permitían estabilizar, por medio de poderes autocráticos, las condiciones de vida coloniales, sino que demandaban urgentemente el establecimiento de una forma de gobierno capaz de permitir, por la solidez de su estructura política, el ascenso, a mejores condiciones de vida, de las extensas masas de la población americana, sin que ese proceso se cumpliera acompañado por un peligroso quebrantamiento del orden político.

San Martín respondió con una actitud totalmente sincera y busco la forma de defender su idea, diciéndole a Bolívar que ese modo de pensar causaba en él una profunda alarma y que esos procedimientos radicales empleados en América para fomentar la revolución contra España, causarían una marcha apresurada hacia el caos y que se estaría preparando una guerra civil que haría imposible la organización de los estados americanos después de su emancipación. Finalizando, le explicó que las instituciones monárquicas, sobre las cuales, en su concepto, podía negociarse la emancipación del Nuevo Mundo con los poderes imperiales, harían innecesario desencadenar las pasiones populares contra las clases patricias, únicas capaces de dar a las sociedades americanas una sólida y estable organización política.


Allí en ese momento, estaban frente a frente las dos formas de pensar, las dos concepciones que aspiraban a poner su espíritu y anhelos a la empresa histórica de la emancipación americana. Bolívar consciente de que se necesitaban conmociones sociales para extinguir ese seudorrealismo del discurso dominante monárquico, San Martín que buscaba un sistema capaz de permitir la liberación del Nuevo Mundo sin destruir las relaciones tradicionales del imperio y sus clases sociales, pues temía que su ruptura desatara el caos social en el Nuevo Mundo. Bolívar todo lo contrario, era necesario destruir esas relaciones tradicionales y no era asunto que pudiera evitarse oponiéndole compuertas desacreditadas, como eran las ideas monárquicas. “Están creyendo algunos -dijo Bolívar- que es muy fácil ponerse una corona y que todos la adoren; yo creo que el tiempo de las monarquías se fue, y que hasta que la corrupción de los hombres no llegue a ahogar el amor a la libertad, los tronos no volverán a estar de moda en la opinión. Usted dirá que toda la tierra tiene tronos y altares; pero responderé que estos monumentos antiguos están minados con la pólvora moderna y que las mechas encendidas las tienen los furiosos, que poco caso hacen de los estragos”.




Después del abrazo, los dos libertadores se dirigieron a la residencia que le habían destinado al generalísimo, allí el Protector del Perú, recibió la visita protocolaria de las autoridades locales y los jefes del ejército colombiano. Se conversó sobre temas generales, el Presidente de Colombia y el Protector del Perú se mostraron muy cuidadosos absteniéndose de conversar sobre los delicados tópicos que motivaban esa reunión en Guayaquil. Al golpe del mediodía, Bolívar se despidió de su huésped y se retiró acompañado de la mayoría de los visitantes, pero ya el generalísimo le había comunicado que le visitaría esa misma tarde.

Cerca de las cuatro de esa tarde, el Protector del Perú llegó a la casa de gobierno, Bolívar le esperaba y de inmediato comenzaron las conversaciones históricas del momento político que vivían. Bolívar observó que San Martín tenía un completo dominio de sí mismo y que mantenía ese aire superior de majestad que cautivó en su tiempo a las gentes cultivadas del Plata y el Perú. Cuando leemos el informe de la secretaría del Libertador al Gobierno de Bogotá, encontramos: “poco después de llegado a su casa no habló de otra cosa el Protector sino de lo que ya había sido objeto de conversación, haciendo preguntas vagas e inconexas sobre las materias militares y políticas sin profundizar ninguna, pasando de una a otra y encadenando las especies mas graves con las mas triviales. Si el carácter del protector no es de este género de frivolidad que aparece en su conversación, debe suponerse que lo hacía con algún estudio”.

A esta estrategia de San Martín, Bolívar le siguió la corriente, evitando temas que de momento pusieran al descubierto sus verdaderas intenciones. El generalísimo argentino no se mostró inferior a la sagacidad de su rival; demostrándose desinteresado, interrogó a Bolívar que si no estaba muy disgustado por las “pellejerías” de Guayaquil, calificativo “porteño” para identificar los disturbios políticos. Respondiéndole el Libertador de inmediato que la situación política del puerto ya había encontrado adecuada solución en las adhesiones de su pueblo al Gobierno de Colombia, que no tardarían en quedar -como lo había solicitado San Martín- ampliamente ratificadas por los comicios próximos a celebrarse. El Protector buscó la forma de demostrar la demolición social que se avecinaba, le habló sobre la impreparación de los pueblos americanos para el gobierno republicano y democrático y llegó hasta decirle a Bolívar que en Guayaquil, en el mismo Quito se estaba fraguando una conspiración para establecer en aquellas regiones un estado independiente de la Gran Colombia.

Llegada la conversación a este terreno, San Martín cambio su estrategia y buscó conocer de una vez por todas las verdaderas intenciones de Bolívar, asegurándole, -dice el Informe al Gobierno de Bogotá- que iba a retirarse a Mendoza; que había dejado un pliego cerrado para que le preguntasen al Congreso renunciando el Protectorado; que también renunciaría la reelección que contaba se haría en él; que luego que obtuviera el primer triunfo se retiraría del mando militar, sin esperar a ver el término de la guerra; pero añadió que antes de retirarse dejaría bien establecido las bases del Gobierno; que éste no debía ser demócrata en el Perú, porque no convenía, y últimamente, que debería venir de Europa un príncipe aislado y solo a mandar en aquel estado”.

Ante aquella franqueza, Bolívar consideró que el momento estructural de las realidades había llegado y fue entonces cuando decidió manifestarle al Protector que su intención era totalmente radical y que se oponía a la coronación de príncipes europeos en America, por considerar a la opinión popular ya fijada en el continente en favor de la República. Su frialdad de los primeros momentos desapareció y el jefe revolucionario se reveló con no dejarse atrapar por la desmoralización, la arrogancia, la altanería y la insolencia de ese evangelio monarquista europeo o americano el que solo traería desgracia, injusticia y esclavitud y lo que él consideraba que sería continuar con el saqueo, el racismo, el entreguismo de las patrias a una nueva colonia. San Martín calló, no entendió a Bolívar, el cual prosiguió luego y con mucha seguridad le repitió que no existiendo en América las condiciones sociales necesarias para la vigencia normal del sistema monárquico, se necesita no del ensayo de regímenes exóticos, si no de la adaptación del sistema republicano a las realidades típicas del Nuevo Mundo, que no permitían estabilizar, por medio de poderes autocráticos, las condiciones de vida coloniales, sino que demandaban urgentemente el establecimiento de una forma de gobierno capaz de permitir, por la solidez de su estructura política, el ascenso, a mejores condiciones de vida, de las extensas masas de la población americana, sin que ese proceso se cumpliera acompañado por un peligroso quebrantamiento del orden político.

San Martín respondió con una actitud totalmente sincera y busco la forma de defender su idea, diciéndole a Bolívar que ese modo de pensar causaba en él una profunda alarma y que esos procedimientos radicales empleados en América para fomentar la revolución contra España, causarían una marcha apresurada hacia el caos y que se estaría preparando una guerra civil que haría imposible la organización de los estados americanos después de su emancipación. Finalizando, le explicó que las instituciones monárquicas, sobre las cuales, en su concepto, podía negociarse la emancipación del Nuevo Mundo con los poderes imperiales, harían innecesario desencadenar las pasiones populares contra las clases patricias, únicas capaces de dar a las sociedades americanas una sólida y estable organización política.


Allí en ese momento, estaban frente a frente las dos formas de pensar, las dos concepciones que aspiraban a poner su espíritu y anhelos a la empresa histórica de la emancipación americana. Bolívar consciente de que se necesitaban conmociones sociales para extinguir ese seudorrealismo del discurso dominante monárquico, San Martín que buscaba un sistema capaz de permitir la liberación del Nuevo Mundo sin destruir las relaciones tradicionales del imperio y sus clases sociales, pues temía que su ruptura desatara el caos social en el Nuevo Mundo. Bolívar todo lo contrario, era necesario destruir esas relaciones tradicionales y no era asunto que pudiera evitarse oponiéndole compuertas desacreditadas, como eran las ideas monárquicas. “Están creyendo algunos -dijo Bolívar- que es muy fácil ponerse una corona y que todos la adoren; yo creo que el tiempo de las monarquías se fue, y que hasta que la corrupción de los hombres no llegue a ahogar el amor a la libertad, los tronos no volverán a estar de moda en la opinión. Usted dirá que toda la tierra tiene tronos y altares; pero responderé que estos monumentos antiguos están minados con la pólvora moderna y que las mechas encendidas las tienen los furiosos, que poco caso hacen de los estragos”.


La ideología Bolivariana.


La doctrina Bolivariana estudia ampliamente a los hombres latinos y sus sociedades y a las fuerzas presente en ellos. La causa utilizó para ello cada una de las disciplinas sociales y aunque las ha utilizado en un todo, lo hace magistralmente desde un punto de vista diferente. Antropológicamente observa al hombre desde un punto de vista biológico y cultural; sociológicamente observa a los diferentes grupos humanos en interacción; psicológicamente enfoca al individuo y aquello que lo motiva y lo modula; económicamente en la manera como resuelve la gente el problema de producción para una organización de mercados abiertos; políticamente investiga las tentativas de los pueblos para gobernarse así mismo con entera libertad, igualdad y democracia, es decir, la manera así misma de mantener el orden social y estadísticamente en la creación de un continente inspirado en la teoría de la modernización cuyo principal objetivo de fase no era otro sino la necesidad de sobrevivir ante las amenazas que se le venían encima a estos pueblos en el futuro provenientes de otros imperios por surgir.
Los graves sucesos que vienen estallando en Venezuela, la conducta anárquica de Santander que ya comienza a sentirse como un rey rodeado de sus ministros, siendo únicamente el vicepresidente de Colombia, la poca efervescencia de los acuerdos tomados en el Congreso de Panamá demuestran a Bolívar la necesidad inmediata de un cambio sustancial en materias políticas, con el propósito de evitar oportunamente, las descomposiciones de las naciones que ya él ha unido.
Bolívar inmediatamente recurre a la consulta popular y proyecta un gran plebiscito preguntándole a los pueblos si deseaban la reforma de la organización política vigente y si el código Bolivariano era aceptado para su sustitución; en su mensaje a la junta preparatoria del Congreso peruano le dice: “Nada es tan conforme con las doctrinas populares como consultar a la nación en masa sobre los puntos capitales en que se fundan los estados, las leyes fundamentales y el magistrado supremo. Todos los particulares están sujetos al error o a la seducción; pero no así el pueblo, que posee en grado eminente la conciencia de su bien y la medida de su independencia. De este modo, su juicio es puro, su voluntad fuerte y por consiguiente, nadie puede corromperlo, ni menos intimidarlo. Yo tengo pruebas irrefragables del tino del pueblo en las grandes resoluciones, y por siempre he preferido sus opiniones a la de los sabios. Que se consulte, señores, a los colegios electorales, entonces sabremos que leyes han recibido la sanción de todos”.

En un momento histórico encontramos la verdadera revolución filosófica trascendental que busca afanosamente en revolucionar el pensamiento latinoamericano mismo. Bolívar interpreta el momento y se dedica a cambiarlo en beneficio de todos y el futuro de las naciones, eso niega rotundamente el calificativo de “ambicioso” que muchos le han querido acreditar al líder de la causa, porque si él hubiese carecido de conciencia política, de sentido social y de razón revolucionaria, hubiese aceptado placenteramente con justicia y el tiempo lo hubiere exonerado al aceptar la corona que le ofrecían el general Gamarra y el general Páez. Desde el Cuzco Gamarra le dice al líder: “Los pueblos no quieren teorías impracticables; quieren salir de la pobreza y descansar de la guerra que los ha oprimido. La libertad que consiste en hablar y escribir sin trabas, es insignificante para la presente civilización. En una palabra: La América entera necesita de un gobierno vigoroso y paternal. Reúnase la América bajo la benéfica influencia del sol que nos ha dado la vida, a sus auspicios seremos felices. No hay otra cosa que hacer: o Bolívar o nadie. Esto es para lo que VE. debe contar conmigo y el consejo de gobierno”.

En cuanto a la proposición del general Páez quien le habló del pensamiento y proyecto de una monarquía en Colombia, Bolívar lo rechaza enérgicamente así:

“Al Excmo. Sr. General en Jefe José Antonio Páez

Mí querido General y amigo:

He recibido la muy importante carta de U. Del 1° de Octubre del año pasado, que me mandó por medio del Sr. Guzmán a quien he visto y oído no sin sorpresa pues su misión es extraordinaria.

U. me dice que la situación de Colombia es semejante á la de Francia cuando Napoleón se encontraba en Egipto, y que yo debo decir con él, “los ingratos van a perder la patria, vamos a salvarla”: Á la verdad casi toda la carta de U. Está escrita por el buril de la verdad, mas no basta la verdad sola para que su plan logre su efecto.
U. me ha juzgado, me parece, imparcialmente del estado de las cosas y de los hombres. Ni Colombia es Francia, ni yo Napoleón. En Francia se piensa mucho y se sabe todavía más: la población es homogénea; y además la guerra la ponía en el borde de un precipicio. No había otra República grande que Francia, y la Francia había sido siempre un reino. El Gobierno republicano se había desacreditado y abatido, hasta entrar en un abismo de execración. Los monstruos que dirigían la Francia eran igualmente crueles ó ineptos. Napoleón era grande y único, y además sumamente ambicioso. Aquí no hay nada de esto: yo no soy Napoleón ni quiero serlo: tampoco quiero imitar a César, menos a Iturbide! tales ejemplos me parecen indignos de mi gloria. El título de Libertador es superior a todos lo que ha recibido el orgullo humano: por tanto, es imposible agrandarlo. Por otra parte, nuestra población no es de franceses en nada, nada, nada.

La República ha levantado el país á la gloria y á la prosperidad, dado leyes y libertad. Los magistrados de Colombia no son Robespierres ni Marats. El peligro ha cesado cuando las esperanzas empiezan; por lo mismo nada urge para tal medida. Son Repúblicas las que rodean á Colombia; y Colombia jamás ha sido un Reino.

Un trono espantaría tanto por su altura como por su brillo. La igualdad seria rota y los colombianos verían perdidos todos sus derechos por una nueva aristocracia.

En fin, mi amigo, yo no puedo persuadirme de que el proyecto que me ha comunicado Guzmán sea sensato, y creo también que los que lo han sugerido, son hombres de aquellos que elevaron á Napoleón y á Iturbide para gozar de su prosperidad y abandonarlos en el peligro; ó si la buena fe los ha guiado, crea U. Que son unos aturdidos ó partidarios de opiniones exageradas. Bajo cualquiera forma ó principios que sean, diré á U., con toda franqueza, que este proyecto no conviene ni á U. Ni á mí, ni al país: sin embargo, creo que en el próximo período señalado para la reforma de la Constitución se puede hacer á ello notables instancias en favor de los buenos principios conservadores sin violar una sola de las reglas mas republicanas. Yo enviaré un proyecto de Constitución que he formado para la República Bolivia; en él se encuentran reunidas todas las garantías de permanencia y de libertad, de igualdad y de orden: si U. y sus amigos quisieren aprovechar este proyecto, seria muy conveniente que se escribiese sobre él y se recomendase á la opinión del pueblo. Este es el servicio que podemos hacer á la patria, servicio que será admirado por todos los partidos que no sean exagerados, ó por mejor decir, que quieran la verdadera libertad; por lo demás yo no aconsejo á U. que haga para sí lo que no quiero para mí; mas si el pueblo lo quiere y U. acepta el voto nacional, mi espada y mi autoridad se emplearán con infinito gozo en sostener y defender los derechos de la soberanía popular. Esta protesta es tan sincera como el corazón de su fiel amigo,

BOLÍVAR”

El “ambicioso” proclama reiteradamente el principio de la soberanía popular y rechaza toda forma despótica o tiránica y en especial el despotismo militar. Es cierto que en un momento difícil aceptó en determinadas circunstancias extraordinarias establecerse como dictador, pero fue explícito y claro, esta debía entenderse como la Magistratura Constitucional, temporal y extraordinaria pues su resultado histórico demostró que su proceso fue democrático y no de usurpador apropiándose de la soberanía, el fue nombrado por los representantes del pueblo para la salvación de la patria y les rindió cuentas de su ejercicio trasmitiéndoles en 1826 de nuevo el poder y fue enfático al señalar que la prolongación en el tiempo de tal situación de emergencia constituía un grave peligro de usurpación y de tiranía.

“Señor: El congreso constitucional va a empezar sus tareas, cuando yo he terminado las mías. En circunstancias tan gloriosas para el Perú, los votos nacionales no pueden ser otros que los de restablecer a la República bajo la conducta de Magistrados Legítimos. El Perú no puede vacilar más tiempo sin peligro de sus derechos. El imperio de las cosas ha obrado fuertemente en este país. Por lo tanto, es urgente que él dé las leyes, regla la marcha del Estado hacía un orden estable y digno de una nación independiente. Yo soy colombiano y además soldado: No debo, pues, sino obedecer y sostener las leyes de mi patria, en las filas del ejército libertador”.[1]

En Bolívar, los ritmos de ideas y de condiciones recurrentes en su metodología van conectados a los esfuerzos y a los flaqueos de las voluntades políticas humanas latinas, su racionalidad basada generalmente en la unificación obedece a una exigencia “urgente” necesaria de encontrar estructuras dimensionales que respondan a esos desordenes inhumanos, incubentes de amenazas de barbarie que se viene nuevamente contra estas civilizaciones que a pesar de todas las calamidades sufridas para poder alcanzar “algo” de libertad, se muestran inconscientes de sus deberes a cumplir y de ahí que cuando Bolívar ofrece su constitución a todos los pueblos emancipados por la causa, ya influida poderosamente en estas dos soluciones que habían determinado la inmensa controversia política del mundo occidental: A) El absolutismo monárquico y B) El liberalismo antiestatal. Pero en estas naciones latinoamericanas comenzaba a desarrollarse una inmensa aristocracia, de raigambre española y portuguesa que trabajaba tenazmente para establecer nuevamente en las patrias libres, una monarquía con un príncipe europeo como rey o como emperador, y por supuesto influía enérgicamente sobre las nuevas castas burguesas criollas. Se pretendía la prolongación aquí en Latinoamérica el “despotismo y la tiranía” que en Europa les dio resultados a los Borbones. En todo el medio de esta catástrofe se encontraba la causa Bolivariana con soluciones diferentes, con proyectos sociales y con la fuerza integradora para constituir un bloque de potencia y de poder.
Aludir al pensamiento Bolivariano sobre esta materia no es un simple rito circunstancial, sino de las consecuencias que se tienen que combatir en el momento porque para ello, para lograrlo, hubo la necesidad de muchos años de lucha y de aceptarlo la causa, entonces si era verdad de que esta había “arado en e mar”. Bolívar es partidario de la “Democracia Extrema” es decir, la “República Federal”, tal como existía en los Estados Unidos, con la consideración que en materia de proyectos políticos no sólo hay que tener en cuenta el ideal sino también la “ciencia práctica de los gobiernos”, es decir, lo posible, y seguir las recomendaciones de un objetivo político potencial en el sentido de tener en cuenta las circunstancias históricas y sociales que se ha vivido, que se vive y que se vivirá. Por consiguiente la causa rechaza el utopismo de los “visionarios” constructores de “República aéreas”, como los autores de la constitución venezolana de 1811, no por ser contrario al ideal que, en cuento tal, comparte, sino por considerarlo impracticable por ser inadecuado al carácter, costumbres y luces presentes y conducir a la demagogia y a la anarquía. En este sentido, la causa tiene una visión negativa y ella se da claramente a las características que, como consecuencia de siglos de despotismo, tiranía e ignorancia, es lo que ha desarrollado el pueblo, que no solo carece de “talentos”, de conciencia política y “virtudes”, sino que no conoce su “verdadero interés” y ha sido privado hasta de su propia “tiranía activa y doméstica”.
En consecuencia que descartado el sistema monárquico por la causa Bolivariana debido a su insensibilidad ante la realidad concreta de estas naciones, Bolívar en su concepción estructura una constitución que descansa sobre los pilares limpios y homogenizados que se complementan mutuamente: por una parte, “revoca, desde la esclavitud para abajo, todos los privilegios”, y por la otra, construye un poder ejecutivo capaz de resistir las tormentas previsibles en una sociedad que sustituye un tipo de organización agudamente jerarquizado, como el colonial, por otro fundado en la igualdad política y Social. Como observamos es la revolución que lucha arduamente, no contra la revolución, como lo quieren demostrar los enemigos de la causa, sino contra la alienación que enuncia la suma de principios reaccionarios cuando, con una inquieta agudeza, advierte que “hay que continuar y velar por los orígenes del poder que nos trajo Europa”. Los pensadores de los países libertados no se interesaron en las proposiciones Bolivarianas porque no les “convenía” esas nuevas ideas sobre el estado, además, en gran parte, como ya lo identifiqué claramente, en el fondo lo que deseaban era una reconstrucción de aquella “prehistoria” contra la que se había luchado durante 15 años.
Faltó inteligencia en ese momento decisivo a esa aristocracia “eunuco progresista” que no pudo desarrollarse sino a través de contradicciones, quiero decir, se luchó por lo humano, pero esta no se desarrollaría sino con lo inhumano y la tragedia de sus hombres. Esta sociedad fue clara y precisa su pensamiento no pasó de querer un “trasplante” político, traer al nuevo mundo, en su forma literal, las ideas de Rousseau y Montesquieu, pretendiendo creer que así seriamos libres y felices
Cuando Santander lee los conceptos de la Constitución de la causa se apresura a escribirle a Bolívar, lo siguiente: “Por el extracto que usted me hace de la constitución para Bolivia, vengo a creer lo que usted me dijo antes: que tendría amigos y enemigos; las propuestas de todo empleado público por los colegios electorales es cosa muy popular y que encantará a los republicanos; el poder moral encantará a los filósofos; pero la vitalidad del Presidente y el nombramiento del Vicepresidente sufrirán censuras severas, y quizás también la invención de dividir la administración entre estos dos empleados... Es preciso para juzgar acertadamente ver el discurso, porque en él deben desenvolverse la justicia y la conveniencia de estas medidas. Me reservo para entonces hablar confidencialmente, y desde ahora estoy de acuerdo en que su constitución es liberal y popular, fuerte y vigorosa”. Bogotá Abril 21 de 1826.

Bolívar si tenía todo un análisis científico de lo resultados sociales, porque cuando realizó sus acciones revolucionarias militares en Venezuela, vio claramente como el fenómeno de la ruptura de las relaciones tradicionales de las clases se cumplía en América y no solo por los patriotas, sino por los propios españoles, quienes al verse perdidos en las etapas iniciales de la contienda, levantaron banderas de odio clasista, como lo hizo Boves en nuestros llanos venezolanos y lo estaban realizando ante los ojos del mismo San Martín, los generales españoles entre las indiadas de la sierra peruana. Para nuestro Libertador el problema político de América no residía en temerle y huirle a ese cambio tan necesario socialmente, que ya era un hecho cumplido, sino ponerlo al servicio de la causa libertadora y encauzarlo posteriormente, a través de instituciones democráticas.

El juicio político de San Martín era totalmente diferente al de Bolívar, eso está demostrado históricamente, San Martín pensaba que lo primero para las patrias latinas era liberarlas de los ejércitos de España, esa fue siempre su tarea como soldado. Posteriormente estas patrias debían de convertirse en estados conservadores, constitucionales y para ello, según el pensamiento de este militar, esto incumbía a reyes elegidos con sumo cuidado de entre las familias reales de Europa.

Bolívar a diferencia, escoge la realidad social haciendo caso omiso a esa razón que imperaba en ese momento, se desprende de aquello que para todos era más valioso. Su conciencia crítica no tiene costumbres aceptadas, su aptitud avalúa su voluntad de actuar. Opta por los ideales de libertad, corriendo todo el riesgo que esta forma de pensar acarreaba. Su conocimiento tiene respuestas reales al problema que vive el latino, sus conceptos no se desarrollan obedeciendo al ciego mecanismo que se vive, sino resolviendo problemas auto realizables al hombre que lo elevaran por encima de todo, haciéndolo creador y sacándolo de la esclavitud de sus propios productos.

Bolívar percibe las consecuencias sociales de una nueva filosofía del hombre, captó la grandeza al destacar audazmente que la causa esencial del conflicto residía en el sistema social absolutista, monárquico esclavista que implicaba la negación de la mayoría de la humanidad. Bolívar asentó su teoría sobre la filosofía libertaria del hombre latino y la unificación de sus naciones, cuyos cimientos él mismo comenzó a construir. Tactó que el mundo del hombre se desarrolla a través de contradicciones que emanan principalmente de la resistencia que el sistema tenía consagrado como relaciones sociales, creado únicamente para esclavizar y explotar, él buscó la forma, la estrategia para que el antagónico se convirtiera en una realidad independiente de éstos, haciendo un mundo ajeno a ese sistema, un mundo propio con sus propias exigencias y con la libertad para el trabajo y la vida social, fuentes inagotables del progreso del hombre y sus patrias. En síntesis, que Bolívar analizó nuestro mundo con un criterio destinado a cambiarlo. Su comprensión de la forma y del sistema, aumentó cuando él se orientó hacia la actividad revolucionaria que estuviera dirigida en contra de ese sistema deshumanizado, para ello debía superar esa maldita alienación que dentro del trabajo y la vida social había impuesto el imperio. Eso no ocurrió en el pensamiento de San Martín. De acuerdo al resultado histórico, que es lo que vale para asentar una posición responsable en cuanto a las diferencias y a los resultados, con absoluta autoridad podemos señalar que a San Martín, no le quedó otro camino que dejar a la causa Bolivariana la culminación libertaria para el Perú.

Pero este impacto psicológico produce en la personalidad histórica del generalísimo y de su política de hegemonía en la América nuestra un duro golpe. San Martín se había acostumbrado a tratar con hombres en todo inferiores a él, no supo comprender en las horas decisivas de su carrera, que al Libertador de Colombia no podía enfrentarse como lo había hecho con los dirigentes de su confianza en la provincia del Sur. Pero, también históricamente tenemos que ser justos, no podemos interpretar los resultados de la conferencia de guayaquil solo como un desastre personal del generalísimo San Martín. Por el contario, allí fracasa toda la estructura de una política, esa política que pretendía mantener el patriciado de Buenos Aires y sus órganos de expresión, tal como la Logia de Lautaro, que buscaba darle a la América independiente una organización social encaminada, según las propias palabras de San Martín, “a mantener las barreras que separan las diferentes clases de la sociedad, para conservar la preponderancia de la clase instruida y que tiene que perder”.

Por esa misma razón “clasista” encontramos una falta de apoyo de todos los pueblos del Sur, circunstancia que la distinguió de la política democrática desarrollada por Bolívar en el Norte, en virtud de la cual, antes de comprometerse en las campañas del Sur, llevó a feliz término en la Nueva Granada y Venezuela, donde desarrolló la decisiva empresa histórica de organizar pueblos antes de crear ejércitos, de provocar adecuadas soluciones políticas para las colectividades emancipadas por él, antes de dedicarse a expedir rigurosos reglamentos disciplinarios, destinados a formar una oficialidad aristocrática, tal y como si lo hizo San Martín.

De ahí, que el Libertador de Colombia apoyado en su idea y en sus acciones pudo comenzar su actividad continental. Quizás el generalísimo San Martín hubiese logrado en Guayaquil, tal y como era su esperanza, un acuerdo favorable para su política, si allí, hubiera encontrado un hombre inferior a él en sagacidad y dominio de los problemas políticos del Nuevo Mundo. Pero, para su mala fortuna se le apareció un hombre con ideas totalmente distanciadas a su forma de pensar. Bolívar “no era el hombre que esperábamos” –así se lo confiesa en carta confidencial a Guido-. Ya San Martín estaba claro, entre los dos había una connotada diferencia de ideas y vitalidades, que contribuían considerablemente a determinar los resultados de aquella memorable entrevista.

San Martín, se encontraba muy afectado de salud por una grave dolencia que, contra las advertencias medicas y de sus más íntimos, le obligaba al uso permanente de la morfina, sus antiguas energías se debilitaban para la lucha y los pueblos despertaban en contra de sus ideas monárquicas y la campaña del Perú, se ensombrecía en muchos aspectos, la perspectiva de combatir contra esas “fuerzas del desorden” -como él las llamaba-, explotaban todos lo días y en todas las partes del llamado Nuevo Mundo, esas acciones le provocaban un profundo desaliento.

Por fortuna, Bolívar en esos momentos, se sentía pleno de vigor y sus energías que le habían permitido sacar naciones de la nada, se redimensionaban con el éxito de la tensión creadora que permite a los hombres comprometerse sin vacilaciones en la gran empresa histórica.

“Puede afirmarse que sus hechos militares –manifestó San Martín de Bolívar- le han merecido, con razón, ser considerado como el hombre mas extraordinario que ha producido la America del Sur. Lo que le caracteriza sobre todo y le imprime en cierto modo su sello especial es una constancia a toda prueba, a que las dificultades dan mayor tensión, sin dejarse jamás abatir por ellas, por grandes que sean los peligros a que su alma ardiente le arrastra”.

No cabe la menor duda, aquella entrevista fue una memorable batalla de ideas, los mecanismos del lenguaje fueron una pólvora que subrayaron las diferencias, conceptos y expresiones lanzados para que hoy con la mayor claridad los pudiésemos analizar. Bolívar fue notorio con su doctrina de razonamiento rebelde, que no en vano el propio generalísimo San Martín quedo impresionado y se convenció de que sus ideas carecían en ese momento político de toda posibilidad para oponerse a la fuerza expansiva de la nación colombiana, cuyo mas exacto símbolo era la afirmativa figura humana del Libertador. “su espíritu -dice el propio Mitre hablando del protector- se destempló al chocar con una voluntad férrea, encarnada en el hombre que lo consideraba como un obstáculo a la expansión de su genio”.

Ya al atardecer, San Martín se anticipo a poner fin a su última entrevista, en la cual habían naufragado todas sus esperanzas imperiales, le anunció a Bolívar su propósito de partir inmediatamente rumbo al Perú. Pero, Bolívar lo invitó para que asistiera a un baile que se había organizado en su honor para esa misma noche y le solicitó aplazar su partida hasta el día siguiente, a lo que el generalísimo no se pudo negar a pesar de su estado de ánimo. Hacia la madrugada, San Martín, después de recibir todos los honores, comunico a Bolívar su deseo de retirarse y acompañado por él salieron discretamente y se dirigieron al muelle, allí se abrazaron nuevamente y se despidieron en medio de una gran cordialidad. Todo estaba preparado para la partida. En medio de las sombras de la noche, apenas interrumpidas por la luz de los faroles de la guardia, los dos jefes de la emancipación americana en palabras se dijeron su último adiós. San Martín subió rápido y silenciosamente a la lancha que lo conduciría a la MECEDONIA. Al amanecer del día 28, el barco levo anclas rumbo al Perú, donde el generalísimo argentino, de acuerdo con los resultados de la entrevista, pondría fin a sus actividades militares y políticas en América.

BIBLIOGRAFIA
Cartas del general Santander -recopilación de Vicente Lecuna.
Las guerras de Bolívar -Francisco Rivas Vicuña.
El superhombre. –J.A. Cova.
Memorias. -Daniel Florencio O’ Leary.
Historia de San Martín. -Bartolomé Mitre.
La conferencia de Guayaquil. -Vicente Lecuna.
El general San Martín. -Indalecio Liévano Aguirre.
Rivadavia. -Salomón Abud.
La historia en el Perú. -José de la Riva Agüero.
San Martín y Bolívar en la entrevista de Guayaquil. -Eduardo L. Colombres Mármol


(*) El venezolano Víctor Rodríguez Calderón es politólogo, periodista, escritor, poeta, director de empresas y experto en Planeación de Organizaciones

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[1] Mensaje de Simón Bolívar en 1826 ante el Congreso Constituyente del Perú convocado por él, para dar cuenta y testimonio de los asuntos del país.
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