lunes, 28 de febrero de 2011

¡Que importa!

¡Que importa! 


Que importa que me quede,
que importe que me marche.
Lo cierto es que el amor se muere,
lo cierto es que se deja de querer,
y uno no sabe porque
se deja de querer. 

Solo quedan grietas en el alma
y todo se convierte en un peligroso arenal
con ventisqueros inmensos en el desierto. 

Pero la soledad es el peor castigo
que nos deja el amor,
todos los días se hacen tristes,
todas las noches son despiertas,
y aunque uno no quiere mirar
las nubes grises del recuerdo,
el tiempo está ahí, tétrico, muy dentro del alma. 

El corazón pide amor,
pide un poco de sol,
pide amores nuevos,
pero no me engaño,
el amor que se murió, no se seca. 

Uno se vuelve mendigo de los recuerdos
y el viento siempre sopla
tratando de arrastrarse los recuerdos,
tratando de llevarse todo al olvido. 

Uno da a guardar sus sueños en la caja de su alma,
pero estos se pierden,
Todo, todo se vuelve triste,
tan triste que todo se hace cierto
y los recuerdos se convierten
en odios, rencor y hasta venganzas
y entonces para uno sentirse mejor; grita:
¡Ese amor no valía la pena! ¡No valía la pena!
Luego todos los amores son lo mismo
y ahí es cuando uno queda seco, sin alma.
Víctor Julio Rodríguez Calderón.

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